sábado, 3 de enero de 2015

No se aceptan devoluciones, pero devuélvanme mis dos horas


Sí, de acuerdo, el humorista mexicano Eugenio Derbez suelta sus dos o tres chistes graciosos como maestro de ceremonias en los Latin Grammy y determinado segmento de su andadura televisiva no resulta del todo descartable; pero va una distancia intransitable de ahí a dirigir una película completa, con el protagónico reservado y una historia telenovelera y melodramática a rabiar, que desoye los derechos de autor en cada fotograma porque todo es la copia de la copia de la copia. O sea, el cadáver exquisito en estado de putrefacción por excelencia.

Podrá ser el filme más taquillero en la historia de un país sumido en insondable crisis moral y cuyos habitantes casi por lógica olvidaron sus desgracias durante dos horas diseñadas milimétricamente para la evasión absoluta, pero cuanto en realidad representa No se aceptan devoluciones (2013) es un suceso audiovisual vergonzoso para las dinámicas temático-narrativas del cine latinoamericano actual. Elemento factual irónico, sin embargo constituye la cinta regional de todos los tiempos más vista en los Estados Unidos, si bien ello se desprende del volumen de mexicanos existentes allí, a los cuales el guion apunta de forma descaradamente aviesa en sus personajes, gags verbales y andanzas binacionales del papá con la nena bonita que habla dos idiomas como los de la diáspora y además tiene cabellos rubios, como las heroínas de tantas telenovelas de Televisa. Que para indios ya está bueno con los muertos por los narcotraficantes. Harían falta mil cargas villeneanas para acabar con el analfabetismo audiovisual de grandes conglomerados de público latinoamericano, cuyos prefabricadas opciones estéticas ninguna relación guardan con la de los talentos del séptimo arte.
La pantalla de Luis Estrada, Carlos Reygadas o Fernando Eimbcke retrocede setenta años mediante este culebrón televisivo en formato fílmico,  paradigma de modelos de hacer afincados a retrógradas configuraciones, que trabaja con arreglo a un arsenal de fórmulas de manual muy básico y el cual por consiguiente está plagado de estereotipos del primer al postrer plano.
Luego de ciertas de escenas de ligero humor, bellas animaciones, mucho paneo polícromo kitchs en un falso e idílico Acapulco o en Gringolandia y sus buenos close-ups a la tan linda como agradable rubita Loreto Peralta (en la graciosa intérprete de nueve años radica parte del éxito popular del filme), el Derbez director y coguionista fragua una variación a la Shyamalan versión para estúpidos, al colocar al largometraje en territorio total del golpe bajo, el moco y los pañuelos. Bien en la cuerda del dramón más caro a compatriotas alimentados desde siempre de un menú que hoy día se encargan de reforzar Televisa y Univisión, puesto que en el cine ha perdido lógico terreno a favor de signos discursivos menos arcaicos. Nota al canto pero pertinente: No se aceptan devoluciones fue facturada por Pantelion Films, estudio del cual Televisa es copropietaria. Quien tenga ojos…
Como en la prensa cinematográfica, algo menos en la crítica, también existe su cuota de retardo, algunos camaradas que le hacen demasiado caso a los dossiers entregados por las productoras  y no pierden neuronas en pensar por cabeza propia han comparado ¡ay¡ a No se aceptan devoluciones con El chicuelo, de Chaplin; Kramer contra Kramer, de Robert Benton; y La vida es bella, de Roberto Benigni, en vez de establecer apropiadas equiparaciones con La niña de los hoyitos o la peor vertiente de comedietas familiares de Adam Sandler, con quien el propio Derbez colaborara en Jack y su gemela, mezcladas con el “ángel” de cualquier telenovela de Thalía. Los criticastros (para usar un término lezamiano) signatarios de tan galácticas sandeces merecen peores epítetos que los perpetradores del despropósito fílmico de marras. Como en la policía yanki, también haría falta una división de Asuntos Internos en nuestro universo, para detectar a quienes embaucan a la gente en los periódicos del mundo.

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