La
teleserie Rubicón (Jason Horwitch,
2010) fue realizada por AMC, cadena de cable interesada en promover piezas de
trascendencia de diversos géneros, a la manera de Los hombres de la Avenida Madison (Mad Men), The Killing, Heel on Wheels,
Breaking Bad o The Walking Dead.
AMC no es
HBO, pues no posee el poder financiero, volumen de producción, trayectoria
histórica o incluso la jerarquía artística conseguida bajo la premisa de años
de consagración del equipo de genios artífices de maravillas que van de Los Soprano a Juego de Tronos, pero
ya atesora considerable palmarés dentro de los principales premios anuales del
medio y representa sinónimo de calidad en sus entregas. Expresado mediante toda
claridad: AMC también concita respeto.
La marca de
fábrica o sello de la casa es la exquisitez en la atención al detalle y la
parsimonia narrativa (sin apresuramientos dramáticos, todo a su tiempo,
pausado), unido a la escritura de magníficos guiones poblados por
personajes sólidos, completos, quienes evolucionan, crecen y se reinventan a
partir del seguimiento al arco de sus conflictos. Si bien a veces exageran en
lo primero; por ende ciertos capítulos adquieren consustancial plus de densidad,
demandante de un esfuerzo extra y tendente a amodorrar al espectador.
Salvo su dinámica The
Walking Dead, la teleserie de los muertos vivientes ninguno de sus trabajos
ha logrado convertirse en un fenómeno de recepción masiva dentro de los Estados
Unidos; incluido Rubicón, con índices
de audiencia minoritarios. Al punto que precisaron cancelarla, tras su primera,
única, temporada.
Thriller político
en clave de crucigrama poblado por numerosas referencias al cine sobre
conspiraciones de los ´70 (Pakula, Pollack) explicitadas sin ambages en su
puesta en escena -e igual en plan de homenaje, temporalmente atemperado, al
universo de Graham Green o John Le Carré-, puede resultar ideal para muy
disciplinados adeptos a las intrigas, códigos indescifrables y otras
estratagemas del género de espionaje.
Rubicón mereció la
bendición de varios críticos del planeta. Mas, pese a su innegable brillantez
técnica, inteligente disección de ambientes y el cierto encanto que despide su
estilo umbrío, crea expectativas que la solución del conflicto deja sin
resolver: este deviene un mal compañero de bastantes teleseries, aun en casos
de no poseer segundas temporadas.
Además, su ritmo a veces mortecino llega a convertirla en
cansina por buenos trechos, sin olvidar el elemento de que ni su personaje
central ni el actor que lo interpretan cuentan con la enjundia o el carisma
requeridos para echarse en hombros una serie semejante. La trama solo cobra
garra a partir del episodio 9. Rubicón
se parece a las mujeres antiguas, le cuesta entregar cuanto tiene.
A destacar su abierta crítica a los desvergonzados e impunes
modus operandis de las megacorporaciones: en la práctica dueñas del planeta. Y
el cierre. Si bien bajo la premisa de otro escenario, deja caer por lo claro lo
por muchos creído: que el 11 de Septiembre fue una acción interna. Cuando el
personaje central descubre la conspiración casera, uno de los jerifaltes
involucrados, le dice: “Está bien, ¿y qué¿, redacta el informe, ¿a quién carajo
le va a importar¿” Lúcida, harto valiente Rubicón,
tratándose de una obra local.
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