Quizá los androides soñasen con ovejas mecánicas, pero ni a Philip K. Dick se le hubiese ocurrido plantearse en sus historias de ciencia-ficción cuanto está sucediendo en el mundo real. Puede llegar un momento, sino ha llegado ya, cuando los autores del género vean sobrepasados léxicos e imaginación por los descubrimientos y avances técnicos aplicados en la vida cotidiana. En territorio digital, verbigracia, media -visto al día de hoy- otro big bang desde el instante en que los maestros fecundaran los mejores exponentes de la sci-fi contemporánea.
Si nos parecía increíble el prototipo vocal
que le acomodara Spike Jonze al personaje de Joaquin Phoenix en Her, por
intermedio de la voz más sensual del universo prestada por Scarlett Johansson,
¿qué podremos pensar entonces de Hatsune Miku? No obstante, la verdad sea
dicha, ya William Gibson preconizaba su surgimiento en Idoru (1996), donde
hablaba de una estrella pop virtual adorada por millones de fanáticos.
Aunque en realidad no exista, “ella” es una
cantante pop japonesa que ve arrodillado al planeta ante los miles de
terrabytes encargados de alimentarle el timbre vocal, sus motonetas azul
turquesas, prominente busto, grandes ojos, naricita respingona muy animé y esos
aires colegiales suyos corte menos kawaii que pinku-geisha o porno rosa explícitos
en la efímera saya y las larguísimas botas. Pero la Miku no tiene carne y huesos;
se trata simplemente de una creación digital, un androide vocal dueño de su
correspondiente avatar, surgido en sus inicios merced a la creación de un
software confeccionado para originar música mediante voces sintetizadas y luego
transubstanciado en la imagen comercial de la adolescente típica recreada por
el manga ad usum.
En la actualidad, se trata de un holograma unido
al correspondiente programa de voz artificial. “Mide” 1, 58 y “pesa” 93 libras. Desde el
“nacimiento” bajo el signo de Virgo el 31 de Agosto de 2007 tuvo, y siempre va a tener, 16 años.
Pese a su presencia incorpórea, la ahora estrella
pop virtual saltó hace rato el trampolín del natal Japón (donde literalmente la
veneran, dispone de más prensa de la que contó Hirohito en el momento de mejor
gloria y hasta la llevaron a la órbita de Venus a bordo de la nave exploratoria
Akatsuki), para un Occidente que -a lo PSY y su Gangman Style- raudo subsume
todos los fenómenos “exóticos” de temporada.
Ahora bien, nuestra Hatsuke no parece ser tan solo un “boom” estacionario,
pues desde su surgimiento hace ocho años suma más y más adeptos, al punto de
convertirse en la diva número 1 del J-pop (pop japonés). Por si a los artífices
de la compañía Crypton Future Media - padres intelectuales detrás de la
criatura-, no les bastaba con tanta pegada interna, fuera de las fronteras del
archipiélago nipón la artista digital lució su fantasmagórica hechura durante
2014 lo mismo en talk shows estadounidenses de máxima audiencia que arriba de escenarios
junto a Lady Gaga. Antes, hacia finales de 2013, había protagonizado la ópera
futurista The End, del compatriota Keiichiro Shibuya, en el principal teatro
parisino Chatelet.
El currículo de Hatsune Miku (significa “el
primer sonido del futuro” en la
Tierra del Sol Naciente) no resultaría probable para ninguna
cantante provista de esqueleto, sangre y músculos, pues tiene cerca de 111 mil
canciones a su haber compuestas por los propios fans; 17 mil videos; centenares
de DVD; series de dibujos animados; alrededor de tres millones de seguidores en
Facebook; 34 millones de resultados en la barra de búsqueda de Google y 90
millones de visitas en YouTube. Repleta escenarios, a veces de forma
simultánea, al permitirle su digital don de la ubicuidad “simultanear”
recitales.
Negocio seguro, nada hay de gratuidad o
ingenuidad con la cantarina muñequita digital, en tanto los de los ojos
rasgados se agenciaron hasta el momento 185 millones de dólares gracias a
holograma 3D. Solo por concepto de merchandising (juguetes, souvenirs, puloveres,
gorras, tasas, llaveros…) los ingresos son harto auspiciosos. Además, megacompañías
como Toyota o Google sufragaron su “rostro” para campañas publicitarias.
El holograma, camino a convertirse en peligro
para la autoridad icónica del legendario Obi Wan Kenobi de La guerra de las
galaxias y real fenómeno de Internet, nos habla, entre otras cosas, del poder
extraordinario que puede alcanzar la tecnología y los titiriteros responsabilizados
con el manejo de sus hilos. Si un fantasma digital, un dibujo animado, una máquina
sin corazón puede convocar a 100 mil personas en los estadios, ¿adónde podría
llegarse?
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