En buena parte de su corpus, las construcciones
culturales del relato telefictivo estadounidense posterior a la voladura de las
Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, están alimentadas de los mismos
temores explícitos en el discurso del poder, inducidos a la población mediante
los vehículos mediáticos. Tanto las estrategias como las lógicas narrativas de
géneros como el thriller se han puesto al servicio de sembrar en el
imaginario ese pavor constante a ser atacado por un Otro total que
preferiblemente ha de ser árabe, pero que igual puede ser interno o provenir de
Rusia, Corea del Norte, China…
En semejante estado de sigilo ciudadano, instrumentos
convertidos en legales pese a su sesgo anticonstitucional establecen, del modo
más arbitrario, coartar derechos del individuo, en presunta procura de su
seguridad. Así, engendros de la guisa del Acta Patriótica difuminan,
soliviantan u obliteran el concepto fundacional de privacidad entendida como
expresión de libertad, a favor del “resguardo” de la integridad personal/social
por orwellianas fuerzas del orden que, como el ojo de Moloch, rastrean cada
paso dado por los seres humanos desde el espacio público hasta el núcleo del
ámbito privado.
En tal escenario, fértil para la introducción de títulos de
significación en sus respectivos campos televisuales a la manera de Flash
Forward o las polémicas 24 o Homeland, no resulta nada
fortuita la aparición de una serie como Persona de interés (Person of
Interest, CBS, 2011-¿), cuya tercera temporada es transmitida ahora por
Cubavisión. Paradigmática de la paranoia común compartida entre el aparato
ideológico del imperio y las líneas argumentales de segmentos del audiovisual,
la pieza pretende mixturar el zeitgeist (espíritu de la época) con esa
institución cultural norteamericana que es el “vigilante”: antonomásica desde
la irrupción de los cómics, sembrada a la retina luego en la acción fílmica
mediante los servicios de Charles Bronson y una pléyade de seguidores hasta
llegar al Denzel Washington de The Equalizer (2014).
El vigilante o vengador en Persona de interés
—suerte de Gran Hermano bueno y protector, el cual de forma subliminal
santifica la idea gubernamental de ese escaneo micro del ser social en el
territorio doméstico—, tiene entidad dual: virtual y corpórea. El ente digital
se transubstancia en el humano. O sea, el sistema informático en posición de
predecir las personas que estarán involucradas en algún hecho delictivo o
artefacto capaz de vaticinar el crimen halla su brazo armado o complemento
justiciero físico por intermedio del antiguo agente secreto John Reese (Jim
Caviezel). La máquina diseñada por el genio multimillonario Harold Finch
(Michael Emerson) advierte; mientras el hombre interviene en función del bien
público. Una equiparación entre ambos con el poder y sus fuerzas de represión
en el orden intencionalmente caótico post 11-S (donde transcurre la acción) no
devendría, para nada, exégesis a descartar.
Nutrido de retales a discreción o empacho de 1984, Minority
Report, Perdidos, Fringe, el panteón sagrado del
superhéroe marvelliano y hasta Robocop, el guionista Jonathan Nolan
—escritor de dos de los Batman más “conspicuos”—, le arma a J. J. Abrams y a la
cadena una historia con moderado aunque continuo entretenimiento y ligera pizca
de encanto, envuelta en la, muy cara al constructo televisivo, estructura de
serie procedimental. En cada capítulo, la supercámara monarca de la
omnisciencia, Finch y Reese echan al cesto otro caso solucionado tras combatir
contra el mal en una New York más hipervigilada que Londres, el Pentágono y la Casa Blanca juntos.
Impedirán nuevos ataques terroristas, tan o más graves que los del Word Trade
Center; defenderán la seguridad de ese contribuyente que solo debe pagar los
impuestos sin preocuparse por estos asuntos “supraindividuales”; restituirán un
orden tentado a violentarse por los demonios al acecho sobre las calles y
edificios del sitio donde se impactaron aquellos aviones taimados…
Más allá de su rol de espaldarazo a las nuevas tablas de la ley internas dictadas por Washington —propinado con destino a consumidores masivos, habida cuenta de la sencillez discursiva manejada aquí a sabiendas—, Persona de interés se resiente además en la concepción de sus acartonados personajes centrales, así como en la falta de química de dos adustos —por mandato de guion— Emerson y Caviezel. No hay un átomo de originalidad en la configuración del segundo, para empeorar la propuesta. Ambos, vistos en tanto pareja-vector, desencantan por la languidez del tándem, pese a la presencia llamativa del primero (el Benjamín de Perdidos).
Más allá de su rol de espaldarazo a las nuevas tablas de la ley internas dictadas por Washington —propinado con destino a consumidores masivos, habida cuenta de la sencillez discursiva manejada aquí a sabiendas—, Persona de interés se resiente además en la concepción de sus acartonados personajes centrales, así como en la falta de química de dos adustos —por mandato de guion— Emerson y Caviezel. No hay un átomo de originalidad en la configuración del segundo, para empeorar la propuesta. Ambos, vistos en tanto pareja-vector, desencantan por la languidez del tándem, pese a la presencia llamativa del primero (el Benjamín de Perdidos).
Muy lejos del relato adulto de las buenas series
norteamericanas del siglo en curso, el material no entra siquiera dentro de la
categoría de placer culpable, pues estamos chocando aquí —tan solo y no más—
con una criatura a ratos atractiva, pero definitivamente menor, repetitiva,
carente de enjundia y sin evolución en su cauce dramático maestro
No hay comentarios:
Publicar un comentario