En los boyantes paraísos económicos primermundistas, a la manera de algunos países nórdicos y la centroeuropea Suiza, también subsisten bolsones de pobreza que varios directores han tenido a bien retratar, inspirados acaso por la guía de esos padres del realismo social cinematográfico contemporáneo que son el británico Ken Loach y los hermanos belgas Dardenne, los principales ejemplos de compromiso ideológico en la pantalla del Viejo Continente hoy día. Justo en dicho último binomio parece inspirarse la realizadora suiza Úrsula Meier a la hora de gestionar el carácter, tono, intención formal y tempo del relato de su segundo largometraje, titulado La hermana y entre las obras más sugestivas del panorama europeo del lustro corriente. Como Jean Luc y Pierre Dardenne, la directora helvética procura un ascetismo naturalista para definir el sello de una trama centrada en la singular relación entre el preadolescente Simón y su joven hermana Louise.
La historia de La hermana -estrenada en Cuba- se centra
en el período de la despedida de la infancia del pequeño, y las idas y venidas
al hogar de su descocada familiar. Mientras el chiquillo pide a gritos un poco
de afecto, tanto que debe pagarle 200 francos suizos para dormir a su lado una
noche, la mujer se pierde durante días, junto a un amante que no dudará en
abandonarla cuando Simón le diga que es su madre y no su hermana. A partir de
aquí la consanguinidad de ambos quedará en difuso terreno.
A sus doce años,
Simón (soberbio Kacey Mottet Klein), debe sufragar los gastos de la casa, y
hasta de la ropa de Louise, mediante los constantes robos efectuados en la
comunidad de esquiadores que frecuenta los Alpes Suizos durante la temporada
invernal. Tanto hurta el muchacho que es atrapado, pero él no desiste de sus
intenciones. En una de las notas conmovedoras del filme ganador del Oso de
Plata Especial en el Festival de Berlín, el niño intenta paliar la ausencia de
calor humano que padece, a través del intento de relación con una turista y sus
hijos pequeños; de cuyo seno familiar añoraría formar parte, porque Simón roba
y es como es por necesidad, no por deseo.
El niño requiere
amor, juego, retozo; de hecho existen algunos islotes de la relación con Louise
(la ubicua actriz francesa Lea Seydoux) signados por las travesuras lúdicas,
las chiquilladas. Es que temporalmente los separan muy pocos años. Del mismo
modo que Simón quema etapas en su lucha por la supervivencia, ella quemó las
suyas en la odisea desconocida de ser mujer. Aunque sin exceso de vitriolo, sin
cargar tintas ni recabar reconvenciones morales, Meier reflexiona en La hermana acerca de los efectos
negativos de la falta de responsabilidad familiar; sobre todo cuando tales
tareas son asumidas desde la incompleta perspectiva formativa de la temprana
juventud.
Por si no bastara la
elocuencia del relato, la imposibilidad de conexión definitiva entre ambos
universos, el de Simón y el de Louise, queda remarcada en ese plano subjetivo
final antes del fundido a negro postrero, cuando los dos se cruzan en las
telecabinas, de forma paralela y con destinos divergentes, cual pasos de un
camino tendente a no encontrarse jamás.
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