sábado, 4 de julio de 2015

El destino de Júpiter



Más allá de su apabullante casquería digital, ese espectacular sentido de los efectos visuales y su ADN de blockbuster realizado a un costo de 175 millones de dólares, solo permisible hoy día en Hollywood a franquicias probadas en taquilla (Transformers, Fast and Furious…) o a excepciones contadísimas como la concedida a quienes fraguaron la trilogía The Matrix, cuanto están filmando a la larga los hermanos Wachowski en su abigarrada epopeya futurista El destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015) es una aventura romántica de las de toda la vida, cuyo presunto toque interclasista a lo Cenicienta queda (semi) neutralizado desde el momento cuando sabemos que a Su Majestad la reina Mila Kunis le va más lo de ser plebeya, tanto como lo es de planta su querido y musculoso Channing Tatum. Y a la larga la limpiadora de retretes con genes rusos y el semilobo alienígena de botas aladas habrán de entregarse a un desenfreno de mordiscos de pasión, cual anticipan las miradas furtivas lanzadas desde bien temprano en la space-opera por la de las cejas pobladas. Si el lobo no destroza esas cejas bien bobo sería.

Asequibles como nunca jamás ni incluso en Speed Racer (El Atlas de las nubes, de 2012, y su teleserie Sense 8, de un año después, son Joyce comparado con esto, para no hablar de The Matrix, estrenada ya hace 16 años), hablan aquí, mediante tono puerilmente parabólico, del poder inconmensurable del amor en pos de combatir el mal, conseguir el triunfo de la verdad y hasta destruir imperios intergalácticos. Ojalá todo fuera tan sencillo a lo contado por la superproducción de ciencia ficción en una cuerda que no impacta pero tampoco molesta, debido lo último en gran medida al conocimiento y la atracción wachowskiana de la sci-fi. Se aprecia el desarrollo de esta relación a la manera de una fábula eterna o un cuento de hadas, solo con cambio de escenario hacia las estrellas. Lo curioso, siendo quienes son sus directores, estriba en la colosal inversión técnica depositada aquí al servicio de una historia desprovista de ningún otro aliciente y por tanto tendente a lo básico e infantiloide, sin ser dirigida al público de los menores en propiedad, vaya paradoja. En virtud de su proclividad a lo anterior, mejor que a Warner este relato le hubiera convenido a una compañía corte Disney.
Quizá conscientes de lo anterior, Andy y Lana (antes era Larry, pero, sabemos, el director se hizo una operación de sexo: transexualidad transubstanciada por cierto de forma cargante en su Sense 8) Wackowski intentan “ennegrecer” la trama a través de su tema preferido de la “reencarnación”, vacuas alusiones políticas al empleo de los humanos (léase los pobres) en tanto materia prima de la raza desarrollada de otro mundo (entiéndase los ricos), la burocracia infinita capaz de desatender la infinitud planetaria, guiños a Star Wars apreciados en la pluralidad de las criaturas observadas en naves o palacios…
Aunque algo extraviados durante varias escenas de acción, los a la vez productores, guionistas y realizadores filman con sano cariño por su género dilecto y son capaces de armar poderosas secuencias realzadas merced a la eficaz si bien sobreutilizada música de Michael Giacchino. Sin embargo, su filme hace aguas aun en otros flancos, desde una dirección de arte en extremo recargada hasta en el casting y la actuación. La Kunis y Channing tienen de química tanto como una alacrana y un mosquito. El por La teoría del todo oscarizado Eddie Redmaine está tan sobreactuado en el villano supremo de la dinastía Abrassax que abochorna. Lo mejor de la función en dicha cuerda la pone Sean Benn, la Mano del Rey defenestrada para dolor de todos en el pórtico mismo de Juego de Tronos. Rotundo también acá, el magnetismo inmenso del actor inunda los no demasiados fotogramas que le corresponden
El destino de Júpiter es el estreno de la semana en Cuba.

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