Aunque si es cuerdo
nunca llegaría a los extremos de sus acciones, un espectador masculino siempre
tenderá a comprender parte de los motivos del psicópata traumatizado con su
vecina en Obsesión (The Boy Next Door, 2015), cuando caiga en cuenta que la
hembra de la otra puerta es una mujer como Jennifer López. En el filme -estreno
nacional de la semana-, un fornido jovenzuelo es presa de abierta revolución de
la testosterona al contactar en la casa cercana del barrio con esta latina “sin
una sola mentira en su cuerpo” -como diría Vicente Battista de personaje
semejante en alguno de sus cuentos.
A los bien cuidados
45 años de la actriz, la lente de Dave McFarland propende a verdadero saqueo
anatómico de sus curvas, cual si la cámara mirase con los ojos del muchachón quien, luego de acostarse con ella,
quiere seguir chupando del mismo caramelo, sin comprender que aquello fue más
bien un calentón pasajero de la señora con el objetivo de mitigar el ardor
momentáneo y de paso castigar la infidelidad de su marido. Pero la “mami chula”
del Bronx, al ver el entusiasmo del vecinito, cierra los flancos bajos y
clausura la retaguardia más deseada del planeta Tierra a nuevas incursiones. Y
es ahí cuando al muchachón se le sube lo de loco y comienzan las tropelías…
Obsesión, película
chapucera y anacrónica donde las haya, representa uno de los peores thrillers
eróticos de lunáticos de la historia del cine desde que Clint Eastwood cortase
el celofán del subgénero hacia 1971 mediante Obsesión mortal, al abrir a la
sazón transitadísima pista sobre la cual caminaron innumerables películas y que
tuvo un momento climático mediante la tan archifamosa como reaganianamente
conservadora Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987). Visto el éxito taquillero de
dicho filme y el incluso aun mayor de Instinto básico (Paul Verhoeven, 1991),
la variante temática adoptó registros aun mucho más comerciales, a la marcha de
filmes del corte de Durmiendo con el enemigo (Joseph Ruben, 1991),
representativos de un curioso caso de “biocine” donde el consorcio argumental
con dicha línea argumental condujo a un proceso de autofagocitación en el cual
del orgasmo se pasó directamente a la muerte, sin escala intermedia.
Así y todo, cada año
aparecen nuevas muestras del subgénero, no obstante pocas alcancen el carácter
bastardo del estreno nacional, mixtura de softcore (porno suave) con thriller
apegado a formas narrativas caducas, cuya fosilización conduce de forma
irremisible a las más camp y ridícula muestra de desvirtuación del palimpsesto
en la era de la posmodernidad. Ni “un mamífero de lujo” -empleemos ahora la
frase de Federico Fellini para calificar a Anita Ekberg, su musa sueca de La
dulce vida- en etapa crepuscular como la
López puede convertirse en palanca tensora de este relato de vibras erógenas
sembrado a la placenta de un tipo de suspense con más de 25 años de atraso.
Jennifer vuelve a
ser en el bodrio dirigido por Rob Cohen y bajo el guion de Barbara Curry la
triste portavoz de mensajes de la industria hollywoodense, brazo ideológico del
sistema. Si en una comedia romántica de la guisa de ¿Bailamos? (Peter Chelsom,
2004), Richard Gere flirteaba con ella aunque sin traicionar jamás a su pareja
sajona encarnada por Susan Sarandon, para demarcar públicamente así las claras
diferencias de casta social entre inmigrantes latinos y ciudadanos naturales,
en Obsesión las ideas a difundir son las siguientes: perdona la infidelidad de
tu pareja masculina, quien volverá al redil intocable del matrimonio cual
expresión sancta del orden familiar; no mires nunca a un jovencito porque te
meará en la cuna; y para sofocar tus veteranas calenturas femeninas tenemos en las
tiendas de nuestros 51 estados más de 200 millones de consoladores a la venta.
Así todos salen ganando, desde la nervadura de un status quo que en verdad abomina
a las otredades y la integración étnica pese a defenderlas en el apócrifo lenguaje
políticamente correcto, hasta la industria de los juguetes sexuales ¡Qué grande
es “América”¡
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