miércoles, 9 de diciembre de 2015

Frank Sinatra: el centenario de La Voz



Descendiente único de familia obrera de ascendencia italiana, “madre severa” y “padre muy reservado”, el 12 de diciembre de 1915 dio su primer balbuceo en la Tierra alguien nombrado Francis Albert Sinatra; o Frank para entendernos. El irrepetible timbre musical de La Voz -así lo recordarían no más cantar y de allí a la eternidad-, brotaba de magma genético bendecido por dones telúricos. Si el cuerpo de la Monroe se entendía de perlas con la Naturaleza, su pecho lo hacía igual con el aire, el sonido del viento, los elementos.

Fue el primero en sobreponer la voz a la música orquestal. Escuchar al intérprete de New York, New York y That´s Life magnetizaba. Sedujo a la audiencia desde la garganta y los pantalones. El aura animal de aquel tipo flaco de Hoboken, de quien nadie supo nunca a ciencia cierta porqué impresionaba tanto a todos, le propició desvestir en su cama a una de las hembras más cautivantes de todas las eras, Ava Gardner, la misma a quien el paduriano Mario Conde imaginase blanco de sucias travesuras de Papa Hemingway en la alberca de Finca Vigía. Hubo muchas en su vida, también demasiado alcohol y vínculos con gente difícil a las cuales Coppola clavó al tiempo en El Padrino.
Como actor, trabajó para directores de peso a la manera de Fred Zinneman, Otto Preminger o John Frankenheimer. Obtuvo un Oscar de Reparto en 1953. Seis décadas de carrera, cerca de mil 350 canciones grabadas y medio centenar de películas. Antes de artista fue camionero y periodista deportivo el convertido en fenómeno radiofónico de los ´30, ´40 y algo de los `50; número 1 indiscutible en las ventas long play del mundo pre Beatles, pre Dylan.
Se buscaba problemas hasta con él mismo. Rebelde, incluso progresista en la juventud; conservador para el epílogo: la historia asaz repetida. Todo lo hacía “a su manera”, no en balde lo expuso en uno de sus más célebres números el cantante de Strangers in the Nigth. Murió a los 82, de un ataque al corazón. Triste final, como triste fue siempre el clásico mohín del rostro y la grandiosa voz de quien cantara, casi premonitorio, I´ll Never Smile Again.

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