La
idea de partida de Aquí mando yo
(Atresmedia, 2016) parecía interesante, mirándola desde el papel: meterse con
la cámara en la casa de distintos espectadores para observar sus reacciones
ante la emisión de distintos programas televisivos. O sea, una suerte de reality de presunta vocación sociológica
sobre las costumbres caseras que marcan el rating,
el tan manipulado e impuesto rating. Pero
todo sabe a artificio y montaje barato en este programita, al menos en el
primero de estos espacios.
Primero,
la selección de las personas con arreglo al entendido de lo políticamente
correcto, que a la larga solo indica condescendencia y no aquiescencia: la
familia ortodoxa, los gay, las amigas, los amigotes, las abuelitas, las
diferentes comunidades étnicas… Unos tienen LED, otros aun a esta altura del
siglo un viejo JVC catódico de los ´90, como para que se vean representadas todas
las bases sociales y veamos la calidad “inclusivista” de los auspiciantes.
Segundo,
y lo más importante, ¿qué ven tales personas? Pues simple y llanamente la
telebasura que le interesa promocionar a la cadena (la que más plata da por
concepto de publicidad, se entiende): realities
que son la copia de la copia de la copia del anterior, en los cuales cunde el
morbo y la exaltación de los más negativos antivalores de la especie.
Estoy
seguro que, si bien tales bazofias marcan audiencia allí como en el resto del
mundo, no resumen los gustos y preferencias del vasto diapasón cultural del
receptor español. Pero eso, por supuesto, no es lo que le interesa divulgar a
los gestores del espacio.
Aquí mando yo resulta el
intento grosero, publicitario, trailero y supra-medio de vindicar su propuesta
e intentar hacer pasar el mundo la mentira colada de que, fukuyamistamente, ya
no hay más historia en la televisión. La telebasura es el fin de la historia,
corolario, summun de las apetencias
de una platea hogareña cuya anuencia borreguil, en realidad, ha sido
bestialmente condicionada a través de los años. Ya no les basta ni con eso;
ahora lo quieren santificar mediante esta loa, carente del más mínimo
cuestionamiento ético a nada.
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