“La política es la sombra que la gran empresa proyecta sobre
la sociedad” confirmó con razón ese relevante filósofo social estadounidense
llamado John Dewey. La gran empresa empantanó a la economía norteamericana en
2008 y la política del gobierno y de las corporaciones que lo dirigen consistió
en echar a la calle a decenas de miles de trabajadores, con el consiguiente
incremento exponencial del grado de pesimismo en gran parte de dicha sociedad.
Crack solo comparable al de 1929, este trajo consigo el conocido cuadro oneroso
de los bancos hundidos y luego salvados por “San Obama”, hipotecas subprime, casas abandonadas, ciudades
fantasmas, centros comerciales clausurados…
El cine EUA, cobarde y financiado por entes a los cuales no
les conviene cuestionar el estancamiento que en todos los órdenes sufre ese país
hoy día, no ha podido aprovechar un caldo de cultivo tan fabuloso para
emprender la realización de un grupo de filmes político-sociales que documenten
de cara a la posteridad el gran engaño, la tremenda traición de los titanes de
Wall Street y la Casa Blanca
a su pueblo antes, en medio y luego de la crisis financiera.
No obstante, un puñadito de filmes intentaron, con nobles
aunque limitadas intenciones, graficar determinados ángulos de la situación,
directa o tangencialmente. Amén de observar cuánto contribuye el agobio de
dicho socavón económico a la mutación de paradigmas socio-culturales y valores
espirituales de la familia y la sociedad norteamericana en su conjunto. Sobresalen
dos en el terreno del documental: Inside
Job (Michael Ferguson, 2010) y el mucho más históricamente abarcador Capitalismo, una historia de amor (Michael Moore, 2009). En el campo de la ficción
cabría anotarse la presencia de las desiguales pero en todo caso interesantes Up in the air (Jason Reitman, 2009); The Joneses (Derrick Borte, 2009) y Los hombres de la compañía (The Company Men, David Wells, 2010), que
hoy comentamos.
Lo primero es lo primero. Los hombres de la compañía en ningún momento cuestiona, en tanto
aparato, el sistema económico capitalista, ni propone una configuración
alternativa del status quo imperante en Norteamérica desde 1786. Así y todo,
teniendo en cuenta su procedencia, constituye una película valiente que expone
con claridad en su discurso el trastorno provocado por el estallido en la clase
media alta de la nación. Sí, ok, no enfoca el tema en los tantísimos obreros
despedidos, mas no debe verse como desacierto el territorio en el cual centra
su atención. Está diciendo que la crisis, en determinados casos, no llegó a
entender ni con altos cargos de compañías, quienes llevaban décadas
erigiéndolas y convirtiéndolas en exitosas, cual ejemplifica mediante el
personaje de Phil Woodward (Chris Cooper), quien a los 60 años no puede
remontar nuevos caminos, ni desea teñirse el pelo y comenzar de cero. Depresión,
alcohol y sucidio: en tal orden atraviesa el hombre los tres pasos conocidos
por miles de estadounidenses a través de estos tres años.
Boston, la actualidad. Una compañía naviera quiebra por la
recesión. Echan a tres mil trabajadores de sus astilleros, pero la sangría
demanda más personas. Fuera de la impiadosa GTX irán primero Bobby Walker (Ben
Affleck), luego el mencionado Woodward y más tarde hasta el mismísimo gerifalte
Gene McClary (Tommy Lee Jones). Gene intentó, a pecho limpio, impedir el despido
de su gente. Se trata de uno de los resortes doblones activados por el
guionista/director Wells para suavizar los disparos a discreción de su obra. McClary,
un buenazo, pone en peligro su millonario empleo. Discrepa del jefe supremo, lo
avergüenza en público. Nada que ver con la vida real.
Él y Walker son los personajes principales. El segundo deberá
carenar, momentáneamente, en la construcción junto a un familiar. Perder su
mansión en los suburbios, el carro del año, la alberca y hasta las comodidades tecnológicas
del hijo. Aunque él y Woodward, rumbo al desenlace, lograrán encarrilarse y
continuar poniendo el despertador para dormir otro pedacito del Sueño
Americano. Dicha clausura representa la otra gran ingenuidad de un realizador
con notable experiencia en el medio televisivo, pero que en la pantalla grande
no logra ni terminar bien su película, ni soldar ciertas matrices diegéticas ni
establecer un continuo narrativo acorde con el ritmo del cual la escuela
norteamericana resulta modélica.
Su Los hombres de la compañía destaca, ante
todo, por las notabilísimas composiciones actorales de Tommy Lee Jones y ese
siempre atinado secundario que es Chris Cooper. Affleck, mejor director que
actor, pone su habitual cara de carnero degollado, aunque ahora luce mejor que
en otros desempeños anteriores. Valor añadido del filme es su análisis del
mecanismo de apariencias sobre el cual rueda el carro familiar en dicha
sociedad (debo siempre parecer aunque no lo sea). El propio Walker se lo dice a
la esposa, si no juega golf parecerá un perdedor desempleado. También posee
diálogos muy elocuentes. Por ejemplo, una empleada de GTX le pregunta a su jefe
que les dirá a sus hijos cuando continúe llegando a casa después de las seis de
la tarde, al incrementársele su contenido laboral. El hombre se limita a
responder: “Que tienes suerte de poder conservar tu trabajo”.
Es increíble como se tilda de "cobarde" al cine americano que cuenta con decenas de películas que cuestionan los problemas del país y que han aireado durante décadas todas las grandes problemáticas de esa nación. Es significativo que alguien espere que se cuestione al capitalismo cuando los demás sistemas han fracasado estrepitosamente en unas décadas y se espere que el cine plantee una alternativa que aun nadie conoce. Es aun mas significativo viniendo de un cubano que debe haber sufrido por décadas un cine (con contadísimas excepciones) y una televisión, y sobre todo, una prensa que nada tiene que ver con la realidad que se vive en el país. Como dice Buena Fe, seguimos mirando por el catalejo.....pero el meñique del propio pie.....no se ve.
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