Aunque los ritos de propaganda de las
productoras y la mala prensa mundial, esa más proclive a escuchar cuanto se
suelta al aire sin comprobación en las redes sociales que a leer, apreciar e
investigar, hayan querido vender o ver aquí una suerte de contestación
británica a la estadounidense Juego de
tronos, la serie El último reino
(The Last Kingdom, Stephen Butchard, BBC, 2015-2016), estrenada en la televisión cubana, difiere sobremanera de aquella, antes
comentada en esta sección de crítica de series televisivas.
La obra inglesa, descendiente lejana del
recordado filme de aventuras Los vikingos
(Richard Fleischer, 1958), es un drama histórico de los de toda la vida, con
personajes de carne y hueso, sin fantasía -ni heroica ni de ningún tipo, de olvidarse
esa hechicera impostada que ponen como ilógico refrescador de pantalla-, ni dragones, ni reinos imaginados, ni sexo aleatorio o casi nada de
lo usual en la epatante pieza de HBO. Es cuanto pudiera nombrarse un escocés a
la roca, a la vieja usanza. Aunque menos nimbado acá el halo épico, de querer
buscársele parecidos, guardaría mayor correspondencia con otra teleserie: Vikings, puesto que con Outlander, Reign y hasta The Bastard
Executioner solo posee puntuales semejanzas.
Acaso el mayor parentesco a estimar entre Juego de tronos y El último reino es que ambas sacan su cordón umbilical del cuerpo
de dos sagas literarias vinculadas a reinados, dinastías, guerras. En este
caso, del vendido conjunto de libros de Bernard Cornwell: nueve textos
agrupados dentro de su The Saxon Stories
(Sajones, vikingos y normandos, en la edición española), de
cuyos dos primeros volúmenes toma nombre la serie de la BBC al aire en
Cubavisión.
El
último reino, ambientada en el siglo IX de una incipiente
Inglaterra al asedio de los invasores daneses, y entretejiendo hechos/figuras
reales con fictivos, sigue los pasos de Uthred (Alexander Dreymon), hijo de un
noble sajón, quien a los doce años es secuestrado y educado por los nórdicos.
No obstante, el joven, convertido en hábil guerrero dómine del arte bélico de
la escuela vikinga, retorna con los suyos, a intervenir en defensa de aquellas
regiones primigenias de cuanto luego sería el Reino Unido, a punto entonces de
ser subyugadas por los conquistadores extranjeros. Sin embargo, reticencias,
incredulidad local en sus objetivos, odios y envidias es lo que más encontrará
entre su verdadera gente. Y constituye esta ambivalencia el partido dramático
mejor sacado por una serie que sabe que no cuenta con el dinero de Peter
Jackson para El señor de los anillos,
la batalla de los cinco ejércitos, o ni siquiera para combates como el de los
hombres del hielo de Juego de tronos,
por lo cual baraja la pragmática carta de centrarse en el hombre más que en el
campo de lucha. De tal, se abstrae de consumirse en la parafernalia bélica (no
obstante desarrollar algunas escenas de acción inspiradas en el manual de
cabecera de Corazón valiente, harto
bien dirigidas y fotografiadas, por cierto) y opta por conferir preeminencia al
desarrollo de un personaje central sometido a la incomprensión de parte de los
otros y un poco hasta de sí mismo, al constatar en persona la dicotomía de
comprobar cómo recogió más apego e interés de los invasores que de sus propios
hermanos. La búsqueda de identidad ontológica, moral, religiosa de Uthred
representa el Santo Grial del relato.
Se trata de una serie correcta, de buen
empaque formal y solvente factura que, sin ser infantil ni siquiera teen, halla
empero su placenta contextual y explicativa en el imparable boom de las sagas
audiovisuales ancladas en sagas literarias filo-adolescentes, post Harry Potter, post Crepúsculo…, hoy a pendón batiente mediante Los juegos del hambre e
innumerables exponentes. Están al aire y vienen en camino muchas series de este
corte. En esta cuerda ha habido, habrá, de todo, en términos de calidad. El último reino rinde examen y pasa un
aprobado con honores. Ello, a pesar de que tienda a situaciones dramáticas tan
cuestionables como esa del capítulo quinto cuando Utreh quema los barcos
invasores, mata al líder de una de sus hordas (todo muy bien planificado en el
guion hasta aquí) y entonces camina dos pasos de espaldas y de la sombra sale
la tropa sajona para eliminar a los daneses. Ni con los drones y satélites de último
minuto del ejército norteamericano los pre-ingleses de aquella época hubieran
podido lograr algo tan bestialmente cronométrico.
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