No obstante poseer la creación literario-musical criolla auspiciosa trayectoria de alabanzas a Cuba (Heredia, Martí, Fornaris, Figueredo, Byrne, Saborit, Joseíto Fernández, Benny Moré, Alexander Abreus…, por citar unos pocos de los centenares de nacionales que han tenido el buen tino de escribirle o cantarle a nuestra Patria) no resultan justamente los tiempos más próximos escenarios próvidos para tales manifestaciones poéticas de orgullo por ser hijos de este suelo maravilloso e irredento, cuya fortaleza histórica mayor fue, es y será la dignidad de sus hijos; no dejarse mancillar jamás por colonias e imperios.
Deficitarias
las expresiones ponderativas de semejante enfile en territorios tanto de la
ficción fílmica como de la música de factura reciente, resulta pues bienvenida
la irrupción del tema Cuba, Isla bella,
a cargo de la banda de rap Orishas*, single en cuya colaboración intervienen
varios invitados, entre los cuales destacan por su aporte vocal (contrapeso de
timbres, contribución a la polifonía desde el entendido de la cohesión de la
propuesta) Laritza Bacallao, Buena Fe e Issac Delgado. Lo peor: un Descemer
Bueno aquí seseante como un natural de Castilla con dos copas de más; de
consuno con la insipidez puntual de Leoni Torres. Waldo Mendoza tampoco pinta
mucho en la función
Cuba, Isla bella -lo primero a
señalar-, constituye una pieza musical, claro; pero además un poema hecho para
leerse y para escucharse. Precisan apreciarse, saborearse, gozarse las líneas
trenzadoras de una sinfonía poemática que posee el acierto mayúsculo de iniciar
mediante el asaz antológico: “Tierra, aquí nació mi canto, mi bandera”. En el
actual contexto de la guerra de símbolos, de la batalla cultural y la incesante
lucha ideológica que está siendo blanco nuestro país por parte de poderosas
fuerzas hegemónicas y los cipayos de siempre vendidos a Roma aunque esta los
desprecie, vale recordar lo evidente pero pocas veces tan meridiana,
sencillamente bien dicho. La fuerza incontestable de reivindicar la esencia.
Si bien
el texto es rubricado desde el punto de vista del nacional en el exterior,
presa de la nostalgia por su suelo y reconocedor de la necesidad de “sangre de
mi tierra” -algo que con toda legitimidad pueden hacer estos magníficos raperos
cubanos anclados en Europa durante buen tiempo-, no podemos permitir que tan
bello himno de devoción a las raíces quede rentabilizado por quienes cuanto
menos profesen sea amor a su país y sí el interés miserable de venderlo al
mejor postor por unos dólares de más. El hecho de que medios de signo
ideológico opuesto al nuestro lo aúpen no debe ubicarnos en posición de recelo
o reticentes a la hora de propinarle nuestro respaldo, pese a haber incurrido
antes la propia prensa criolla en la ingenuidad de santificar justo a quienes
tanques pensantes y mercado avalan como la música cubana a promover, con la
aviesa intención de desdibujar nuestra identidad musical, autoral, sígnica,
estética, ética. No es el caso ahora.
Jurados
de premios equis, difusores, decisores de diversas esferas deben valorar en el
texto -algo menos, no obstante también a la larga, al video clip filmado por la
dupla Joshua Morín/Yotuel Romero, del cual hablaremos párrafo abajo- su calidad
artística intrínseca. No habrían de ser mezquinos a la hora de justipreciar una
joyita así.
Ahora
bien, aunque la calidad narrativa y la yuxtaposición visual del clip de la
canción anden tres planetas por delante del listón de muchos de los exponentes
del género aquí, le sale difícil a los realizadores eludir tics de manual o
apelaciones icónicas preconizados por el discurso hegemónico a la hora de
representar a la Isla (tan reiterados como primerísimos planos de almendrones,
muladares urbanos, la inactividad laboral manifiesta en los dominós en las
aceras o los jóvenes en edad productiva interrumpiendo el tráfico en la vía
pública mediante juegos, el rostro desvencijado de una ciudad llena de grietas
y zapatos viejos acordonados en el tendido eléctrico, la intención de la mirada
hacia lo añoso visto desde todo sentido. Ni siquiera un niño cubano con su
pañoleta aparece en los cinco minutos; dejémoslo ahí, para que no nos acusen de
“buscadores de contrapeso, siendo esto arte”, saben…)
Empero,
dicho lo anterior, de igual modo es menester subrayar igualmente la capacidad
de la imagen para atrapar la magnificencia del paisaje patrio, más allá de la
postal del Morro o del ron servido en La Bodeguita del Medio; así como la
destreza para gestionar planos de rotundez emocional -junto a la tumba del ser
querido en el camposanto, la sala hogareña al lado del anciano-, en aras de
forjar un encadenado propositivo que, en primer caso, cuanto induce a provocar
en el espectador es un hondo sentimiento de ternura y pasión hacia lo raigal.
Cuba, Isla bella -la obra visto en
tanto un todo-, posee el mérito de constatar el encanto telúrico de nuestra
tierra, el poder de imantación de este suelo, la grandeza de representar a la
bandera de las estrella solitaria, la cual aparece en uno de los primeros
fotogramas de la prolongación audiovisual del sencillo escrito por los tres
Orishas (Roldán González Rivero, Hiram Riverí Medina y Yotuel Romero), de la mano
de la española Beatriz Luengo -compañera sentimental del último de ellos-, y
del panameño Omar Alfanno.
La no
muy holgada que digamos presencia en los medios cubanos de valoraciones sobre
música no debe limitar la ocasión de brindarle a la obra el espaldarazo crítico
merecido.
*La significativa banda cubana de rap,
recompensada con dos Grammy, gestora de
cinco álbumes y recordados números, regresó a los escenarios tras más de siete
años de ausencia, para efectuar cuarenta conciertos alrededor del planeta y diez en la Isla, como parte de una gira
nacional prevista para febrero
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