domingo, 1 de julio de 2018

American Crime Story: Estados Unidos contado por sus crímenes



La televisión cubana proyectó la teleserie de FX, American Crime Story (no confundir con American Crime, serie de la cadena abierta ABC igualmente comentada en nuestro blog, pero que ninguna relación guarda con esta salvo en los títulos parecidos), uno de los materiales del género de más interés elaborado por las productoras televisivas estadounidenses en fecha reciente.


La primera temporada de American Crime Story, denominada The People vs. O.J. Simpson, estrenada en 2016, fue escrita por la próvida dupla de  Scott Alexander y Larry Karaszewki a partir del libro The Run of his Life: The People vs. O.J. Simpson, escrito por Jeffrey Tobin. Dicho tándem de guionistas cuenta con una trayectoria orlada de trabajos para directores de prestigio como Milos Forman, a cuyo encargo elaboraron el guion de El pueblo contra Larry Flynt y El hombre de la Luna; y Tim Burton, al cual le signaron el libreto de su Ed Wood.

Pero además, American Crimen Story: The People vs. O.J. Simpson tiene entre sus ángeles guardianes al todoterreno creador Ryan Murphy, el hombre detrás de series de peso a la manera de American Horror Story o FEUD: Bette and Joan, esta última también reseñada en nuestro sitio. Amén de influir en el referido equipo de guion mediante sus -por regla- atendibles ideas y encargarse de la producción al lado de su inseparable Brad Falchuck, Murphy fungió de director de algunos de los diez episodios, labor co-ejecutada junto a John Singleton. Este último realizador, aunque lamentablemente hoy día casi olvidado por la industria cinematográfica, fue una de las firmas más capacitadas a la hora de abordar en la gran pantalla estadounidense a la figura del afroamericano y las permanentes tensiones raciales de ese país.

Y justo en un afroamericano se enfoca esta primera temporada: en el jugador de futbol rugby O.J. Simpson; más bien en el proceso judicial librado contra él, tras las acusaciones por los asesinatos de su rubia ex esposa Nicole Brown y el nuevo novio de esta, Ronald Goldman.

Representó una celebérrima trama (“el caso del siglo” le llamaron) que dio material permanente a los medios, tanto de Estados Unidos como de buena parte del planeta, a lo largo de los años 1994 y 1995 y la cual se convertiría en un asunto de carácter social y político dentro de un país que -todavía con la conciencia blanca bien sucia tras la brutal golpiza a Rodney King, con la consiguiente inquina de la comunidad negra hacia las fuerzas policiales- no estaba preparado, o no le convenía, o no se sentía en la inclinación de sentenciar al ídolo deportivo negro, no obstante las demostraciones palpables de su culpabilidad. Territorio, por tanto, excelente para todo tipo de chantajes emocionales a escala macro, algo bien apreciado en el material televisivo.

Entre los aciertos primordiales de la teleserie figura su elocuente plasmación del fenómeno, desde un dedo indicativo hacia las manipulaciones raciales y psicosociales establecidas desde diferentes franjas, no siendo exactamente la del Derecho la última, cual es mostrado en la defensa de un caso penal que la obra atiende desde multiplicidad de planos que discurren del espacio central del proceso a las bambalinas de este, al caso todo y a los hechos de una historia real reconstruida en lo fictivo a través de suma pericia en la mirada y la representación.

En el parapeto de la observancia a tal complicado escenario se sitúa este exponente de la teleficción, para reflexionar en derredor del racismo imperante en esa nación todavía a la altura de los tiempos de arranque de la corrección política, sobre la violencia habitual de la policía esencialmente blanca contra la minoría afroamericana, en torno al machismo galopante que consume a parte de una población masculina sumida en mecánicas repetitivas de siglos y en la actualidad fortalecidas por la misoginia y la discriminación a la mujer de muchos discursos audiovisuales o publicitarios, acerca de las falencias de un sistema judicial donde en ocasiones prima más un simple tecnicismo que la evidencia abrumadora, y alrededor de los circos mediáticos, la espectacularización de la noticia y la siembra/cosecha del morbo hacia las desventuras de las celebridades en el receptor: síntomas que ya desde mucho antes de los años noventas del pasado siglo, marco contextual del relato, cobraba fuerza (como nos recordaron directores como Elia Kazan hasta Sidney Lumet y Woody Allen, con décadas de diferencia entre el primero y los segundos) y hoy experimenta registros inusitados.

Cuanto tiene de imaginativo, de bríos y de músculo narrativo Murphy, también lo tiene de epatante sin causa, de shockeador emocional y de creador proclive a las incontinencia visual, de manera que su serie a veces desbarata con los pies cuánto construyó con las manos, presa de la propensión desbocada de su inspirador, quien no sé exactamente si por su natural proyección o quizá determinado a somatizar la decena de episodios del espíritu de tremolina de aquellos hechos seguidos por más de cien millones de personas minuto a minuto (y mucho me temo que sea más a causa de la primera razón, porque las sutilezas de Murphy llegan a un punto), tiende a desorbitarse por trechos y establecer desbalances narrativos y tonales que llevan el camino de una serie seria -de un tema más que serio- por los rieles de la ordalía, el desenfreno y la parodia.

Por suerte ahí está la divina Sarah Paulson, quien incorpora a uno de los personajes centrales, para buscar equilibrio tanto en lo anterior como en las intermitencias histriónicas del excesivo, casi sobreactuado Cuba Gooding Jr. en el papel de O.J. Simpson y un John Travolta lleno de bótox y también sobrecargado.

American Crime Story es una serie de corte antologar. Por ende, con otra temática diferente, la segunda temporada -la televisión cubana también la proyectará- se titula American Crime Story: el asesinato de Gianni Versace (2017-2018), y está centrada en otro de los hechos de este tipo de mayor connotación mediática en los Estados Unidos durante los años noventa de la centuria anterior: la muerte a tiros, a manos de un singular fanático, del famoso modisto italiano.

La idea de Ryan consiste en continuar la recreación telefictiva de semejantes tristemente célebres acontecimientos luctuosos causantes de diversos grados de estrépito social en una Norteamérica cada vez más sangrienta, donde resultan necesarios, a lo Gus Van Sant en el cine y el Murphy de estos procedimientos antologares de la pequeña pantalla, muchos nuevos registradores visuales y hermeneutas conceptuales de esta violencia congénita atizada al calor de asociaciones omnipotentes, senadores corrompidos y presidentes matones que aconsejan armarse hasta a los maestros escolares para así seguir un negocio eterno y un círculo vicioso del cual cada vez resulta más difícil escapar. 

(Publicado originalmente en el portal de la UNEAC).

1 comentario:

  1. Creo que el principal creador de espectáculos nocivos a los pueblos latinoamericanos es EE.UU.Es la única manera de influir en la cultura de los pueblos,y hasta cierto punto nos domina.

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