domingo, 23 de septiembre de 2018

Efraín: drama etíope cargado de sensibilidad



No obstante los miles de relatos que tiene para narrar el cine de África, continente lleno de magia e historia, el pasado de colonialismo feroz (verificable igual en el presente, mediante tan onerosas como visible vías, consecuencias de esa herencia) extendido sobre su extensa geografía impide que la mayor parte de sus cinematografías experimente un despegue que, en arte e industria como este, requiere respaldo económico, incluso en la era digital.


Las que lo poseen, muy pocas y sobresale Níger, producen casi totalmente para un público interno, pues más que el elemento “calidad”, en su ausencia de desplazamiento hacia otros focos de exhibición interviene el elemento “falta de interés” de las distribuidoras europeas o americanas.

Por eso, el cinéfilo se complace cuando producciones de dicha región del mundo logran acceder muy ocasionalmente -a costa de sacrificios diversos, no el balde se consigna el paratexto- a los circuitos internacionales de distribución y hasta al festival puntero del orbe como el de Cannes, donde el largometraje de Etiopía, Efraín (Yared Zelecke, 2015), fue presentado en la lista oficial de la sección Una cierta mirada hace tres años.

La importancia de mostrarse aquí no radica tanto en el mismo hecho en sí, como en su función de escaparate (de forma inmediata, la reclutaron numerosos festivales) y catapulta.

No constituye esta la típica “película-postal” o producto almibarado hecho para sensibilizar a las sociedades occidentales, calificativos con los que parte de la crítica suele despachar dicho tipo de exponentes (a veces con razón; otras no, como es el caso), sino una pieza fílmica donde cobra predominio narrativo y tonal la sensibilidad mediante la que resulta contado este relato de Efraín, el pequeño de nueve años, personaje central, quien ha perdido a su madre debido al hambre y la sequía que asola a ese país del cuerno africano.

La evolución del niño y su amiga inseparable, la oveja Choni –animal que tendrá un rol significativo en el decurso de dicha evolución- es rastreada con respeto y cariño desde que el chiquillo es dejado en casa de los tíos por su padre, quien marcha a la capital en busca de sobrevivir a la miseria cerval que lacera al campo etíope.

En la que representa la ópera prima de este director y también guionista del filme, Zalecke posee la inteligencia creadora de, a la vez de observar en primer plano los caminos del niño y su necesario crecimiento ante situaciones adversas, reflejar, de maneras por trechos cuasi antropológicas, los rostros cárdenos de una sociedad sumida en la más lancinante indefensión económica. Triste resultado de la herencia colonial de potencias europeas, guerras, extractivismo y calentamiento global.

Las palmas para Rediat Amare, actor no profesional como todos en la película, en su incorporación de Efraín.

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