miércoles, 10 de octubre de 2018

Los gigantes no existen, de Guatemala: un niño y un país robados



Años de golpe de estado contra el dirigente progresista Jacobo Arbenz y cruentas dictaduras militares posteriores, organizados o apoyados en uno y otro caso por los Estados Unidos -actor protagónico en los 36 años de guerras internas, con saldo de 200 mil muertos y 45 mil desaparecidos; y que además, entre otros muchos desmanes, convirtió al país en uno de los experimentos de prueba con sus cobayas humanas-, hicieron de la triste Guatemala uno de los sitios de mayor desangre y esquilme del continente: hoy como ayer presa de la violencia, el crimen, la inseguridad ciudadana y bajo el control económico de empresas foráneas, la mayoría norteamericanas, y escasas familias de la gran burguesía local.
 
La producción guatemalteca Los gigantes no existen (coproducida en 2017 con España y el apoyo del Programa Ibermedia) se ambienta en 1982, uno de los períodos más sangrientos de la historia de la segunda mitad del siglo XX en la nación centroamericana. Narra el suceso, verídico, del rapto del pequeño Jesús Tecú Osorio, durante la masacre gubernamental de Río Negro, en la cual fueron asesinados a bala y machete -corte Ruanda 1994-, 177 mujeres y niños. El “patojo” se salva porque uno de los paramilitares lo lleva para su casa, con el fin de intentar paliar el desconsuelo de su esposa por la pérdida del hijo propio, y también con el propósito de utilizarlo como fuerza de trabajo esclava.

Es muy difícil encontrar belleza en medio de la desolación, sin embargo el filme escrito y dirigido por el sevillano Chema Rodríguez lo consigue, esencialmente, merced a su delicadeza en la aproximación al universo interno del chiquillo plagiado (un delicioso José Javier Martínez) y su capacidad imaginativa.

Momentos impagables de la película, las conversaciones suyas con la figura imaginaria del hermanito (los militares le destrozaron la cabeza en la referida masacre, una de sus tantas fratricidas y cobardes arremetidas mortales contra personas indefensas) le ayudan a sortear el dolor de haber sido arrancado violentamente de su gente indígena por un personaje, el del Pedro el captor, que es puro vacío y desconsuelo: casi una imagen del país en que transmutaron a Guatemala.

Los gigantes no existen constituye una pequeña gran película, de escaso metraje pero de notable fuerza dramática y visual, sobre el dolor histórico de nuestros pueblos, primero sometidos a las fuerzas coloniales y luego a las neocoloniales e imperialistas. No obstante, fue estrenada en España hace pocas fechas y lamentablemente no tuvo ni un tres por ciento de la promoción que el grupo PRISA y adláteres le dedican a los tanques hollywoodenses. Las secciones de críticas de la semana tampoco tuvieron consideración.

Aunque en fuera de campo, la escena, en el cuartel, de la violencia del Ejército contra los propios campesinos que utiliza en función de cómplices e informantes grafica la monstruosidad cometida en esa nación y resulta ilustrativa, cual la del prólogo del crimen colectivo, de un modus operandi entronizado en los cuerpos castrenses del continente al calor de las enseñanzas de la Escuela de las Américas.

Hoy Jesús es abogado, se encarga de recordarnos el filme al epílogo. Si bien logró encarcelar al captor y a otros participantes en el asesinato múltiple de hace trentiséis años, todavía no ha conseguido que paguen por la masacre ninguno de los militares involucrados ni sus jefes. No creo que alguna vez logre concretar su tarea, dado el clima de impunidad reinante en América Latina hacia estas atrocidades perpetradas por gobiernos serviles, a la orden de Washington y de su lucha contra la “insurgencia” y el “comunismo” desde el Bravo hasta la Patagonia.

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