jueves, 4 de abril de 2019

Un Genghis Khan chino muy hollywoodino


Después que el realizador ruso Sergei Bodrov propusiese un largometraje del calibre de Mongol (2007), estupenda película de aventuras que a mi juicio figura entre las primeras cinco de su género en el último cuarto de siglo a escala planetaria, cabía esperar en lo adelante nuevas aproximaciones fílmicas a la figura histórica del conquistador Genghis Khan que tuviesen en cuenta tal listón cualitativo.


Mas no es cuanto sucede precisamente con Genghis Khan, superproducción china de 2018 dirigida por Hasi Chaolu que no pisa ningún terreno firme e intenta un imposible camino sobre las aguas de la aventura, el fantástico, la comedia (involuntaria) y el hacerle el juego a los emergentes y crecientes gamers de la nación de la Gran Muralla.

El modelo inocultable del filme es ese cine hollywoodino de las nuevas versiones de La momia, el de El príncipe Persia, Furia de titanes, Dioses de Egipto… El espejo son tales piezas, dependientes de la fanfarria atonal, la fabricación en serie catalista y la grandilocuencia mastodóntica, cuyas premisas responden al imperio dentro de la industria del high concept, el cálculo frío, la superproducción hipertrofiada, la puesta en formol eterno de cualquier resorte de rentabilidad.

La política pop corn de los estudios en Hollywood se decantó del todo, en buena parte del género, a favor del armatoste hiperdigitalizado, con empleo sobresaturador del efecto surgido de dicho soporte. Asidas tales producciones genéricas, extraídas del óvulo del CGI, a ucases inamovibles y a una lógica dramática de escalofriante simpleza, que cada vez se acerca menos al planteo dramático del guión para el séptimo arte y canibaliza más los esquemas o las estrategias del videojuego, en el sentido del encadenamiento constante de la acción hacia niveles superiores: centro de gravedad donde cuanto único importa es justo eso, no el continuo narrativo. Ello, en claro desmedro tanto de los estilemas y mecanismos internos naturales al género, como del ritmo secuencial, el discurrir de la diégesis, el sentido de las gradaciones en la peripecia del héroe; o sea, su universo de representación, su alfabeto de discurso. Y esto es lo que lamentablemente remeda sin ambages la repetitiva, torpe e irritante cinta china, mucho peor que la película homónima y del mismo país en 2000 por Saifu Mailisi.

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