domingo, 19 de mayo de 2019

Bye, Sheldon


La anterior no constituye una de las críticas habituales del blog. Por esta vez, echamos a un lado la razón para dejar que hable la emoción ante el acta de despedida de un audiovisual amado por el columnista. Han terminado, casi al unísono, dos de las decenas de series que me han mantenido fiel a su emisión semanal a través de los años: Juego de tronos y La teoría del Big Bang. El adiós es para siempre y ello entraña cierta cuota de pesar; sobre todo en el caso de la segunda. Aunque en realidad, ya hubo un punto en que me daba igual qué ocurriría con Daenerys, los muertos, Juan Nieve, los dragones, Aria y los Lannister. Y concluí la hiperpublicitada superproducción televisiva de HBO (comentada par de veces aquí) más por puro oficio que por deseos irrefrenables de verla.


No fue el caso, nunca, con The Big Bang Theory, cual consideré en una de las reseñas dedicadas al título en este espacio: “punto superior de la telecomedia y expresión incomparable del talento para la sitcom de su showrunner, el inefable Chuck Lorre”.

La Teoría del Big Bang mostró su piloto el mismo día del nacimiento de mi hijo mayor, el 24 de septiembre, pero del año 2007, y finalizó el 16 de mayo de 2019. Durante doce largos años aguardé, cada semana, el capítulo de turno. Extrañé su presencia durante los períodos de interrupción entre una y otra temporada, las paradas de fin de año o los aguantes de CBS por cualquier otra razón.

Sheldon, Leonard, Penny y el resto de la comunidad de “rarillos” se convirtieron en personajes entrañables con quienes siempre sonreímos o reímos a mandíbula batiente, pero con quienes también aprendimos, nos condolimos y comprendimos mejor la naturaleza de la diferencia. Diferencia que puede doler o de hecho duele, pero que también puede ser perfectamente manejable sobre la base de la autoaceptación y la búsqueda del propio camino de los seres humanos.

Si algo ilumina en la serie, como un faro en noche de niebla para los “otros” de este mundo, es el concepto de que existe la posibilidad de vivir y ser feliz desde una posición equidistante de los intereses, hábitos, convenciones y hasta prototipos físicos de los demás. Que hay lugar para todos, un nicho para cada gusto y una pareja para cada quien.

Lo mejor del “Big Bang” es que expresa tal idea desde la comunión con la verdad y el corazón. No desde los presupuestos engañosos del “feel good movie” y lo políticamente correcto que envenena a tanto audiovisual norteamericano, al punto que mientras uno más los visiona mejor comprende cómo alguien semejante a Donald Trump resulta votado por millones de personas. Justo por eso, porque, pese a todo su incomparable arsenal de defectos, resulta lo antónimo de esa posición.

Desde la más profunda sinceridad, hubiera estado doce años más disfrutando de la teleserie, esperando los tres toques de Sheldon, gozando la relación de Leonard con la madre, mirando el entornado de ojos y el mohín labial burlesco de Penny, las indecisiones de Raj, el matrimonio de Howard y la Bernadette semiprolongación de su madre, ese ascensor estropeado hasta el capítulo doble 23-24 de la doceava temporada que hacía subir la escalera a los personajes y propiciar diálogos y gags en el ascenso, los cameos a personalidades de la ciencias y las artes en los Estados Unidos.

Ni Jim Parsons (Sheldon Cooper), ni Johnny Galecki (Leonard), ni Kaley Cuoco (Penny), ni Kunal Nayyar (Raj), ni Mayim Bialik (Amy Farrah Fowler) poseen un registro interpretativo amplio, demostrado en determinados casos fuera de esta telecomedia. No es el caso de Simon Helberg (Howard), quien estuvo muy bien junto a Meryl Streep en el filme Florence Foster Jenkins. Jim Parsons, el actor principal del “Big Bang” ha lucido escasos recursos en sus robóticas apariciones en el cine; verbigracia A Kid Like Jake. Sin embargo, por esa rara alquimia de determinadas obras, trabajando en conjunto y acorde con las demandas de la serie, funcionaban como una maquinaria perfecta en la sitcom.

Compusieron criaturas queribles, las cuales ni remotamente se esfumarán de nuestros recuerdos y del imaginario común de una hornada de espectadores que la siguió de principio a cierre. El adiós a Sheldon y sus amigos supone una plaza vacía difícil de superar por las cadenas abiertas norteamericanas. Sí, nos queda la precuela El joven Sheldon; pero no es ni nunca será igual.

1 comentario:

  1. Tengo calidades similares a Sheldon Cooper. De hecho, la historia de su juventud es como la juventud de mi madre (criada en un pueblo ultra-cristiano y derechista, pero rechazaba todo).

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...