sábado, 29 de febrero de 2020

La Viña de la ira


Salvo en un fugaz período de inicio, el Festival Internacional de la Canción Viña del Mar ha representado a los intereses históricos de la derecha chilena, incluso de forma previa a la dictadura militar apoyada militar y financieramente por EE.UU. que ensangrentó esa nación latinoamericana.


Resulta tan sólido el vínculo entre el evento surgido en 1960 y la clase dominante del país austral que cuando a Pinochet todavía le faltaban meses por perpetrar el golpe de estado contra el líder socialista Salvador Allende, ya el derechista público de Quinta Vergara (sede de la cita anual) repudiaba a la cantante surafricana Miriam Makeba por apoyar en el escenario al gobierno de la Unidad Popular. Era 1972. En la edición de un año después, muy poco tiempo antes de fraguarse la asonada golpista, el reaccionario espectador de Viña pedía abiertamente el asesinato de Allende.

Durante el festival de 1974, en la escena, no en la platea, le agradecieron de rodillas (literalmente fue así, de hinojos) a Pinochet por haber “salvado” a Chile. Culmen de lo absurdo, la cantante española Mari Trini le lanzó una rosa blanca al señor de la sangre. Siempre perdidos muchos españoles con Latinoamérica; no todos, por fortuna.

Una vez instaurada la dictadura, el programa de presentaciones quedó a merced del aparato ideológico del régimen. A Paloma San Basilio le prohibieron interpretar un tema de Violeta Parra en 1986. Nada que oliera a izquierda, alternativa o disenso subiría a cantar allí. Solo la romanticada apolítica de Iberoamérica. Y algo extra, pero que entrara dentro del canon de lo posible.

También fue eliminado de cuajo el certamen folclórico, surgido en 1961. La frivolidad y la obnubilación del pensamiento marcaron, y marcan, la agenda.

En 1981, Miguel Bosé -el mismo que se rasgaba las vestiduras durante el concierto de la reacción en la frontera contra Maduro-, le cantaba al dictador chileno causante de decenas de miles de muertos y desaparecidos. También lo hicieron Camilo Sesto y Julio Iglesias, entre otros.

Cuanto ocurrió en 1988 pareciera la premonición de lo sucedido en 2020. Entonces, ante la mirada atónita de los organizadores (quienes, no obstante, lo obligaron a retractarse durante la propia presentación, algo bochornoso e inédito hasta entonces: hoy es muy común en Miami), Richard Page, vocalista y líder de la banda estadounidense Mr. Mister, dijo en la escena: “Un saludo a los artistas chilenos amenazados de muerte. Los artistas del mundo estamos con ustedes”.

Nunca se repitió algo parecido allí, hasta esta semana, cuando un grupo de intérpretes mostró su desacuerdo explícito con la neo-dictadura opresora de Sebastián Piñera, exponente de un modelo neoliberal que ha hundido a Chile. Fueron varios, como la prensa ha consignado, pero pienso que el más consecuente, sincero y valiente, resultó el de la nacional Mon Laferte, blanco de amenaza de los carabineros y de bullyng en las redes, donde conminaron al público de Viña a que la abucheara, cosa que no hizo para, antes bien, solidarizarse.

La cantante -quien en la alfombra roja de los Latin Grammy 2019 había descubierto unos pechos desnudos sobre los cuales podía leerse: “En Chile torturan, violan y matan”- volvió a exigir respeto y libertad de expresión. Pocos minutos antes de su presentación, el público del festival comenzó a repetir esta frase: “Piñera, culpable, tus manos tienen sangre“. La platea de Viña, por una vez en la vida, estuvo del lado de los reprimidos, del ala de los preteridos.

Pero lo más importante no sería lo sucedido dentro del anfiteatro principal, sino fuera. El evento constituyó el mecanismo de reactivación de las protestas sociales iniciadas en el país hace cuatro meses.

Muchos de los participantes en las manifestaciones suscitadas ahora llevaban pancartas que recordaban que Viña del Mar es una de las ciudades de mayor desigualdad en Chile, donde por cierto existe uno de los epicentros marginales más desgarradores del país.

Desde el inicio de la crisis social en Chile, el 18 de octubre pasado, se han reportado 31 muertes,  centenares de casos de pérdida ocular y miles de violaciones a los derechos humanos denunciadas por organismos nacionales e internacionales.

La respuesta represora del neoliberal Piñera (con un índice de desaprobación popular cercano al 90 por ciento, pero reacio a abandonar el poder) se ha ensañado contra un pueblo que se hastió de perder derechos y de ver cómo en treinta años el país se convirtió de forma progresiva en uno de los de más elevados márgenes de desigualdad social a escala regional y mundial.

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