domingo, 28 de junio de 2020

Borgman


Representaba Borgman (Alex van Warmerdam, 2013), la vencedora de Sitges 2014, una de las lagunas de este comentarista en la parcela del cine europeo de género del siglo en marcha, hasta que en fecha reciente pude disfrutar de la rara avis de la pantalla holandesa.


Sí, de acuerdo, coincidimos con muchos de quienes lo apreciaron: hay aquí su poco de Funny Games (1997), la película de Michael Haneke que muchos suelen ver como la madre del subgénero contemporáneo de casa tomada, bastión arrasado; no obstante integre una vertiente aparecida por primera vez en la pantalla ya en 1932, si le damos voz a la justicia histórica. Pero sería bastante reductivo afirmar que solo resulta una réplica del filme dirigido por el maestro austríaco, pieza con la cual, stricto sensu, establece la analogía argumental de base (la invasión a una mansión burguesa: en aquella por dos jóvenes solventes, aquí por un grupo de ¿personas? más bien desarrapado) y ya no mucho más, salvo, sí, la misma mirada álgida, emocionalmente distanciada, del director de La pianista.

Borgman, en realidad, constituye una película de personalidad propia que imanta al espectador a través de sus casi dos horas de metraje. Desde esas primeras bestiales secuencias de persecución a los “invasores” escondidos bajo tierra, hasta el epílogo visual alusivo al cierre de la última misión de estos de acceder, poseer y destruir un hogar, sin otro objetivo que la anulación psicológica/eliminación física de sus dueños. No existe minuto dentro de la trama en que al espectador le resulte posible desligarse del suspense cortante, la atmósfera opresiva y el decurso de un relato sinuoso del cual van apoderándose progresivamente capas de extrañeza y enrarecimiento (su pátina de Kafka, su tilín de Ionesco además), para convertirse a la postre en una de las experiencias fílmicas más bizarras de los últimos años.

Entre las bazas mayores de Borgman, en términos de guion –escrito por el propio van Warmerdam– figura la elusión informativa en torno al grupo de invasores liderados por el personaje que le da título al largometraje. La película deja pista libre a la imaginación a la hora de dilucidar alrededor de su identidad: ¿forman parte de una secta? ¿acaso integran una banda preparada para ultimar a familias burguesas de los suburbios? ¿son asesinos seriales o demonios quizá: el sacerdote a su caza tiende a la pregunta? ¿podrían no ser seres humanos: la apelación a los canes disturba bastante y hace dudar, como igual las habilidades de los sujetos para moldear la mente de los habitantes de los hogares usurpados?

Cual suele suceder en este tipo de exponentes, el filme ha contado con innumerables interpretaciones, en no pocos casos tendentes a apuntar la lectura política de esos hombres del subsuelo como los desfavorecidos por el “estado de bienestar” europeo, los preteridos del sistema, los desclasados; mientras que la familia rica supondría el sistema en su concepto más puro de exclusión y acumulación capitalistas, la cabeza orgullosa a defenestrar de una burguesía holandesa con siglos de imperio a sus espaldas. No lo veo.

Dicha exégesis podría operar para otros títulos con vasos comunicantes, si bien no parece ser el caso ahora. Esto no es una suerte de Parásitos adelantado, ni Alex van Warmerdam un Bong Joon-ho. Los filmes e intereses del autor de culto holandés niegan tal posible conexión. Más bien podría asumirse Borgman como otro de los consabidos ejercicios de estilo del realizador de Schneider vs. Bax. Eso sí, es un ejercicio de músculo narrativo, de bríos en la puesta en escena y de saludable diálogo intergenérico: del thriller sobrenatural al fantástico abierto, de la comedia negra al drama psicológico, sin trompicones en la fluencia de la historia.

El director de Abel muestra aquí control absoluto del relato y de sus planteamientos visuales, de una dinámica causa-efecto que alcanza visos modélicos, sin relegar nunca a plano medio de atención ningún ítem. Entre estos, las interpretaciones, con el harto sugerente Jan Bijvoet a la cabeza en el rol del artífice del mal Camiel Borgman, el líder del grupo demoniaco que acosa, derriba y extermina la casa de Richard/Marina y prepara la próxima “toma”.

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