Representaba
Borgman (Alex van Warmerdam, 2013), la
vencedora de Sitges 2014, una de las lagunas de este comentarista en la parcela
del cine europeo de género del siglo en marcha, hasta que en fecha reciente
pude disfrutar de la rara avis de la
pantalla holandesa.
Sí,
de acuerdo, coincidimos con muchos de quienes lo apreciaron: hay aquí su poco
de Funny Games (1997), la película de
Michael Haneke que muchos suelen ver como la madre del subgénero contemporáneo de
casa tomada, bastión arrasado; no
obstante integre una vertiente aparecida por primera vez en la pantalla ya en
1932, si le damos voz a la justicia histórica. Pero sería bastante reductivo
afirmar que solo resulta una réplica del filme dirigido por el maestro
austríaco, pieza con la cual, stricto
sensu, establece la analogía argumental de base (la invasión a una mansión
burguesa: en aquella por dos jóvenes solventes, aquí por un grupo de ¿personas?
más
bien desarrapado) y ya no mucho más, salvo, sí, la misma mirada álgida,
emocionalmente distanciada, del director de La
pianista.
Borgman, en
realidad, constituye una película de personalidad propia que imanta al
espectador a través de sus casi dos horas de metraje. Desde esas primeras
bestiales secuencias de persecución a los “invasores” escondidos bajo tierra,
hasta el epílogo visual alusivo al cierre de la última misión de estos de
acceder, poseer y destruir un hogar, sin otro objetivo que la anulación
psicológica/eliminación física de sus dueños. No existe minuto dentro de la
trama en que al espectador le resulte posible desligarse del suspense cortante,
la atmósfera opresiva y el decurso de un relato sinuoso del cual van
apoderándose progresivamente capas de extrañeza y enrarecimiento (su pátina de
Kafka, su tilín de Ionesco además), para convertirse a la postre en una de las
experiencias fílmicas más bizarras de los últimos años.
Entre
las bazas mayores de Borgman, en
términos de guion –escrito por el propio van Warmerdam– figura la elusión
informativa en torno al grupo de invasores liderados por el personaje que le da
título al largometraje. La película deja pista libre a la imaginación a la hora
de dilucidar alrededor de su identidad: ¿forman parte de una secta?
¿acaso
integran una banda preparada para ultimar a familias burguesas de los suburbios?
¿son
asesinos seriales o demonios quizá: el sacerdote a su caza tiende a la pregunta?
¿podrían
no ser seres humanos: la apelación a los canes disturba bastante y hace dudar,
como igual las habilidades de los sujetos para moldear la mente de los
habitantes de los hogares usurpados?
Cual
suele suceder en este tipo de exponentes, el filme ha contado con innumerables
interpretaciones, en no pocos casos tendentes a apuntar la lectura política de
esos hombres del subsuelo como los desfavorecidos por el “estado de bienestar”
europeo, los preteridos del sistema, los desclasados; mientras que la familia
rica supondría el sistema en su concepto más puro de exclusión y acumulación
capitalistas, la cabeza orgullosa a defenestrar de una burguesía holandesa con
siglos de imperio a sus espaldas. No lo veo.
Dicha
exégesis podría operar para otros títulos con vasos comunicantes, si bien no parece
ser el caso ahora. Esto no es una suerte de Parásitos
adelantado, ni Alex van Warmerdam un Bong Joon-ho. Los filmes e intereses del autor
de culto holandés niegan tal posible conexión. Más bien podría asumirse Borgman como otro de los consabidos
ejercicios de estilo del realizador de Schneider
vs. Bax. Eso sí, es un ejercicio de músculo narrativo, de bríos en la
puesta en escena y de saludable diálogo intergenérico: del thriller sobrenatural
al fantástico abierto, de la comedia negra al drama psicológico, sin
trompicones en la fluencia de la historia.
El
director de Abel muestra aquí control
absoluto del relato y de sus planteamientos visuales, de una dinámica
causa-efecto que alcanza visos modélicos, sin relegar nunca a plano medio de
atención ningún ítem. Entre estos, las interpretaciones, con el harto sugerente
Jan Bijvoet a la cabeza en el rol del artífice del mal Camiel Borgman, el líder
del grupo demoniaco que acosa, derriba y extermina la casa de Richard/Marina y
prepara la próxima “toma”.
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