domingo, 19 de julio de 2020

The Nightingale


Formalmente preciosa y conceptualmente rotunda, The Nightingale (2018) lleva en sus venas la fuerza telúrica del cine australiano, la fisicidad de personajes mixturados a un complejo natural que quizá no llegue a condicionar pero sí encauza sus acciones.


Nos encontramos frente a un relato donde el entorno se convierte en herramienta indispensable para generar el clima claustrofóbico y las atmósferas de una película visceral que no escatima escenas fortísimas no gratas a ciertos paladares mojigatos o no curtidos, aunque todas derivadas más del realismo de lo representado que de lo meramente gráfico. Esos mismos impugnadores retomaron, tras su estreno, las cansinas cantaletas de la “violencia gratuita” enarbolada por sus predecesores desde los tiempos de Asesinos natos (Oliver Stone, 1994). Ha de imaginarse no hayan visto parte del cine generado durante el último cuarto de siglo, en el cual la violencia constituye parte misma de su Adn.

Escrito y dirigido por la realizadora Jennifer Kent -quien mostrara cartas credenciales mediante el ponderado filme de terror The Babadook, de 2014- el largometraje está ambientado en la Tasmania de inicios del siglo XIX, terra incognita donde los colonizadores ingleses emprenden el brutal exterminio de la población indígena y confinan a reclusos; sobre todo irlandeses como la joven Claire (Aisling Franciosi, deslumbrante en un registro que sabe matizar las gradalidades fragilidad/fiereza y de gestualidad rentabilizada por esos close-ups privilegiados por el formato cuadrado o académico adoptado por la Kent), el personaje central. Dicha convicta, casada allí y con descendencia, ya ha purgado su pena, mas el teniente Hawkings (Sam Caflin), al frente del enclave imperial, no quiere conceder la libertad a la muchacha, objeto de un deseo insano de su parte.

Durante el mismo segmento prologar de la película, este hombre y sus secuaces cometen en la noche un crimen terrible contra la familia de Claire, antes de iniciar ellos a las pocas horas un viaje intraselvático con el propósito de alcanzar la próxima guarnición británica, donde el militar pretende cierto puesto. Claire, violada, golpeada y con un escenario dantesco en el suelo de la choza donde convivía con esposo y bebé, se recupera al amanecer. Cuanto inicia a partir de dicha escena es una de las historias de venganza más trepidantes aportadas por el cine reciente.

En formato de un singular western itinerante con aura de thriller y cuento de terror psicológico, arrancan casi dos horas, a lo largo de cuya mayor parte Claire posee la determinación absoluta de acabar con los asesinos. La primera venganza de la joven -crudísima y explícita, pero justificada-, en medio del bosque, así lo confirma.

Al promediar la trama la segunda hora, el filme modula su registro tensional, siempre in crescendo hasta entonces, porque el personaje - el cual no es una máquina de matar como los del cine de acción comercial; sino alguien que cavila, experimenta emociones y siente miedo-, manifiesta ciertas dudas. Tales hesitaciones podrían molestar al espectador subyugado por un metraje previo tendente a cortar el aliento, como lo hicieron incluso hasta con algunos críticos, que renegaron de dicho giro del filme. Sin embargo, constituye uno de los aciertos de The Nightingale, porque permite aparecer a lo multidimensional del personaje; también visto ello desde el ángulo de su propensión solidaria. Sí, porque ahora cobra peso dramático Billy (Baykali Ganambarr), el personaje del aborigen que le acompaña a Claire primero en calidad de rastreador y luego de compañero. Este hombre también conoce en sangre propia del horror de los colonizadores, y un nuevo incidente criminal de los ingleses contra alguien cercano, introducido a esta altura por el guion, le hace reconducir su papel al lado de Claire, al pasar de asistente u observador a formar parte del mismo equipo de la víctima, en tanto comparte sus motivos.

Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia 2018 y distinguida en numerosos apartados por la Academia del Cine Australiana ese año, The Nightingale constituye un sorbo de cine que solo puede procurarse hoy día en cinematografías y moldes ajenos de ese mainstream hegemónico dirigido a obnubilar las percepciones, cercenar las educaciones estéticas y reproducir fórmulas comerciales hasta el delirio.

Cuando las miradas de los creadores aún no están prostituidas, emanan filmes tan peculiares como este, en el que tras la historia de venganza de su superficie también se guarece una parábola dual en torno a la humillación humana y la relación anuladora del poder para con los “débiles” (la mujer y la etnia aborigen). Pieza fílmica, además, en cuyas resonancias sociales advertimos una voz decidida a defender la unidad de los oprimidos, contra esas fuerzas dominantes que los doblegan y eliminan.   

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