Formalmente
preciosa y conceptualmente rotunda, The
Nightingale (2018) lleva en sus venas la fuerza telúrica del cine
australiano, la fisicidad de personajes mixturados a un complejo natural que
quizá no llegue a condicionar pero sí encauza sus acciones.
Nos
encontramos frente a un relato donde el entorno se convierte en herramienta
indispensable para generar el clima claustrofóbico y las atmósferas de una
película visceral que no escatima escenas fortísimas no gratas a ciertos
paladares mojigatos o no curtidos, aunque todas derivadas más del realismo de
lo representado que de lo meramente gráfico. Esos mismos impugnadores retomaron,
tras su estreno, las cansinas cantaletas de la “violencia gratuita” enarbolada
por sus predecesores desde los tiempos de Asesinos
natos (Oliver Stone, 1994). Ha de imaginarse no hayan visto parte del cine
generado durante el último cuarto de siglo, en el cual la violencia constituye
parte misma de su Adn.
Escrito
y dirigido por la realizadora Jennifer Kent -quien mostrara cartas credenciales
mediante el ponderado filme de terror The
Babadook, de 2014- el largometraje está ambientado en la Tasmania de
inicios del siglo XIX, terra incognita
donde los colonizadores ingleses emprenden el brutal exterminio de la población
indígena y confinan a reclusos; sobre todo irlandeses como la joven Claire
(Aisling Franciosi, deslumbrante en un registro que sabe matizar las gradalidades
fragilidad/fiereza y de gestualidad rentabilizada por esos close-ups privilegiados por el formato cuadrado o académico
adoptado por la Kent), el personaje central. Dicha convicta, casada allí y con
descendencia, ya ha purgado su pena, mas el teniente Hawkings (Sam Caflin), al
frente del enclave imperial, no quiere conceder la libertad a la muchacha,
objeto de un deseo insano de su parte.
Durante
el mismo segmento prologar de la película, este hombre y sus secuaces cometen
en la noche un crimen terrible contra la familia de Claire, antes de iniciar ellos
a las pocas horas un viaje intraselvático con el propósito de alcanzar la
próxima guarnición británica, donde el militar pretende cierto puesto. Claire,
violada, golpeada y con un escenario dantesco en el suelo de la choza donde
convivía con esposo y bebé, se recupera al amanecer. Cuanto inicia a partir de
dicha escena es una de las historias de venganza más trepidantes aportadas por
el cine reciente.
En
formato de un singular western itinerante con aura de thriller y cuento de
terror psicológico, arrancan casi dos horas, a lo largo de cuya mayor parte
Claire posee la determinación absoluta de acabar con los asesinos. La primera
venganza de la joven -crudísima y explícita, pero justificada-, en medio del
bosque, así lo confirma.
Al
promediar la trama la segunda hora, el filme modula su registro tensional,
siempre in crescendo hasta entonces,
porque el personaje - el cual no es una máquina de matar como los del cine de
acción comercial; sino alguien que cavila, experimenta emociones y siente miedo-,
manifiesta ciertas dudas. Tales hesitaciones podrían molestar al espectador
subyugado por un metraje previo tendente a cortar el aliento, como lo hicieron
incluso hasta con algunos críticos, que renegaron de dicho giro del filme. Sin
embargo, constituye uno de los aciertos de The
Nightingale, porque permite aparecer a lo multidimensional del personaje;
también visto ello desde el ángulo de su propensión solidaria. Sí, porque ahora
cobra peso dramático Billy (Baykali Ganambarr), el personaje del aborigen que
le acompaña a Claire primero en calidad de rastreador y luego de compañero. Este
hombre también conoce en sangre propia del horror de los colonizadores, y un nuevo
incidente criminal de los ingleses contra alguien cercano, introducido a esta
altura por el guion, le hace reconducir su papel al lado de Claire, al pasar de
asistente u observador a formar parte del mismo equipo de la víctima, en tanto
comparte sus motivos.
Premio
Especial del Jurado en el Festival de Venecia 2018 y distinguida en numerosos
apartados por la Academia del Cine Australiana ese año, The Nightingale constituye un sorbo de cine que solo puede
procurarse hoy día en cinematografías y moldes ajenos de ese mainstream hegemónico dirigido a
obnubilar las percepciones, cercenar las educaciones estéticas y reproducir
fórmulas comerciales hasta el delirio.
Cuando
las miradas de los creadores aún no están prostituidas, emanan filmes tan
peculiares como este, en el que tras la historia de venganza de su superficie también
se guarece una parábola dual en torno a la humillación humana y la relación anuladora
del poder para con los “débiles” (la mujer y la etnia aborigen). Pieza fílmica,
además, en cuyas resonancias sociales advertimos una voz decidida a defender la
unidad de los oprimidos, contra esas fuerzas dominantes que los doblegan y
eliminan.
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