Del
escaso cine producido en Estonia, y del todavía más escaso que llega a estos
lares, puede advertirse la propensión a armar narraciones fílmicas desde la
afinidad hacia esa pantalla clásica construida a partir de un relato poderoso, con
múltiples capas de lectura, asido este tanto a la riqueza de contexto como -sobre
todo- de personajes sobre quienes suele pender determinada urgencia moral.
Lo
anterior pudo apreciarse en el drama bélico 1944
(Elmo Nüganen, 2015) y también, de cierta manera, a través de Madre temerosa (Ana Urushadze, 2017), para ahora confirmarse mediante Verdad y justicia (Tanel Toom, 2019),
película que constituyese subrayado éxito comercial/crítico de esa pantalla europea.
Basado
en la pentalogía homónima publicada por Anton Hansen Taamsare entre 1926 y 1933,
el título de cerca de 160 minutos de duración es una película-río abarcadora de
varias décadas del siglo XIX en el decurso de la vida de la familia de Andres, campesino religioso
y entregado completamente al trabajo, de cuyo resultado dependería únicamente,
según su parecer, el legado que habría de dejarle a sus hijos.
Entre
tantas horas de obediencia ciega a una
fe que sigue de forma fervorosa pero que no comprende del todo en cuanto a su aproximación
al hecho de amar, entre tantas horas de surco y otras tantas de disputas personales
o judiciales con Pearu, el labriego vecino -alguien quien hace todo lo posible
por entorpecerle sus intenciones-, quizá pierda lo esencial de un ser humano:
el cariño de los suyos, germinado al calor de la ternura, la preocupación y la
comunicación de cada día. De tal fractura le habla, ya cerca de las
postrimerías de la breve vida de ella, su esposa Krõõt, junto a la cual hubiese
querido levantar él la próspera finca que alguna vez legaría a su descendencia como tesoro más preciado.
Verdad y justicia es
un drama de evidente resonancias literarias, de esos que no resultan exponentes
preferidos por los festivales y el cual probablemente algunos críticos
tendentes al facilismo o la pereza despachen hasta con calificativos de “anticuado”
o “folletinesco”, injustos ambos criterios en tanto no repararían en una de las
bazas más estimulantes del filme: la extraordinaria propuesta reflexiva sugerida
por estos fotogramas en torno al sentido de la existencia, la fragilidad de
nuestra especie, las distintas maneras de entender/asumir presente y mañana por
padres e hijos de acuerdo con sus respectivos épocas e intereses, la inutilidad
de los esfuerzos mal encaminados, la vacuidad de las obcecaciones, el qué
dejaremos y nos llevaremos de este mundo… Mega-temas y eternos, sí, mas aquí
asumidos con una energía en el relato no usual tampoco en este tipo de
narraciones cinematográficas.
Mérito
añadido de Verdad y justicia radica
en la concepción a grado de escritura e interpretación del personaje central de Andres por el actor Priit Loog, quien lo compone según la distensión de registros que este demanda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario