domingo, 1 de enero de 2023

La casa del dragón

El conocido axioma de que todo género tiene su público puede parafrasearse con la idea de que también hay públicos a los cuales les interesan todos los géneros. Es mi caso. Arropado, desde temprana infancia, en las mantas del fanta-terror, primero por conducto de la estadounidense Universal y luego por la británica Hammer, amo estos campos temáticos, lo mismo que la ciencia-ficción u otros terrenos con cotización preferencial a la baja hoy día.

 

Como lo era la serie madre Juego de tronos (HBO, 2011-2019), su precuela La casa del dragón (HBO, 2022) es épica fantástica, sí; pero mejor un drama familiar cortesano fantástico. E igualmente bueno. Desdigo de todos quienes lo han criticado: por “flojo”, no lo es en absoluto; “por la oscuridad de sus imágenes, que dificulta la visión del espectador”: en mi LG de 50 pulgadas con capítulos descargados en HD veo las escenas como un sol; por “los injustificados personajes negros”; ahora por afros, antes por blancos, siempre va a haber alguna objeción; o porque “la reina Rhaenyra no es Daenerys de la tormenta”. Bueno, ni tanto. Cual dirían los españoles, la Rhaenyra adulta de la binaria Emma D´Arcy “pone” a cualquiera y el personaje es bastante completo, aunque todavía está en ciernes, pues tendrá su evolución en las próximas temporadas.

 

El primer error pasa por comparar a ultranza la serie original y el proyecto derivado. Sería lo mismo si equiparásemos a las precuelas 1883 o 1923 (ambas muy recomendables) con la serie madre Yellowstone, que es maciza, pero cada una posee sus propios universos. Las obras audiovisuales, al menos así lo pienso, se aprecian y sopesan en base a sus especificidades, no sobre la premisa de esas aborrecibles mediciones. No son un concurso. Por eso, veo a La casa del dragón, per se, y no abjuro de ella; antes bien la coloco entre mis diez del año. Hablar de este título viene a cuento ahora, porque lo acaba de estrenar la televisión cubana.

 

Inspirada en Fuego y sangre, mascarón de proa de las novelas dedicadas a la familia Targaryen por George R.R. Martin (quien se implicó de pleno en el nuevo proyecto televisivo), La casa del dragón transcurre 172 años antes de Juego de tronos. Y su sangre mayor no se derrama en las batallas, ni por la boca de los seres alados que vomitan fuego, sino a través de la conciencia y actos de las mujeres y hombres (ellas no van primero aquí por reglas gramaticales, cortesía o lo políticamente correcto, sino por su peso en pantalla) que rivalizan, sin misericordia, compasión ni paz por algo tan soñado por ellos como el poder.

 

La fluencia narrativa de los diez episodios se construye a partir de la armónica imbricación de dos grandes meandros instituidos en un cauce dramático que discurre en dirección inequívoca, sin innovaciones, sobre la base de un academicismo convencional, pero que funciona: las rencillas familiares palaciegas en pos del trono de hierro, y la relación -tórrida, romántica, triste, bella e incestuosa a la vez- entre Rhaenyra Targaryen y su tío, el demonio Daemon, algo que comienza cuando ella era casi una niña y que demora buena parte del arco temporal cubierto por la primera temporada de lo que seguramente será otra larga saga que quizá supere o alcance los 73 episodios de su antecedente.

 

Sin el desfile de senos, pubis y falos de Juego de tronos, avanza La casa del dragón, más contenida tanto en tales exposiciones como en la dispersión de personajes/espacios geográficos o la demostración del poder de fuego de la producción; si bien esto es un tanque de la primera batería industrial de la producción televisiva norteamericana, sabedor de su mítico linaje comercial, y no puede faltar el estruendo, el paroxismo y la apoteosis en capítulos rodados, cada uno, a un costo de veinte millones de dólares.

 

Por consecuencia, los dragones tienen asegurado su show, con alguna que otra pugna entre ellos parecida a la de los humanos y cierto “Dracarys” contranatural a dichas criaturas como el ordenado por Laena Velaryon tras su mal parto. Y, por supuesto, hay batallas épicas para saborear. Desde la formidable contienda entre hermanos del 2x08 de See (Apple TV+, 2019-2022), este comentarista no apreciaba algo tan malditamente bien rodado en televisión en materia épico-bélica como el 1x03 de La casa del dragón y la derrota por Daemon del Alimentador de cangrejos.

 

De igual modo que Juego de tronos sentó las bases de su universo en la primera temporada, también lo ha hecho La casa del dragón. La arquitectura dramática de las series entraña el desarrollo progresivo de personajes y líneas de relato. Este primer proyecto derivado, de momento, cumple con las expectativas. Sí, lamentablemente no tenemos aquí a un Peter Dinklage o a una Lena Headey que se robaban la escena con una descarga de sarcasmo o dos torneados de ojos más viles que los de la cualquiera hembra de la precuela, pero aún así vale apostar por ella. Aguardemos.

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