Sin dudas, uno de los realizadores contemporáneos más provocadores,
inquietantes -e incómodos para cierto público de estómago acomodaticio- es el
danés Thomas Vinterberg, cofundador junto a su coterráneo Lars von Trier del
otrora célebre y hoy olvidado Movimiento Dogma 95, corriente propugnadora de
cero artificios y renuncia absoluta en la construcción del relato de mecanismos
históricos de la puesta en pantalla: entelequias impropias para un arte de
representación como el cine que condujeron a autoneutralizar dicha tendencia.
Así y todo, dentro del Dogma 95, Vinterberg filmó aquella excepcional
obra titulada Celebración, de 1998, cuya célebre catártica cena familiar, donde
afloraban las violaciones paternas y las constantes humillaciones de un clan
sometido a la más oprobiosa desintegración moral, ha inspirado a cierto cine
europeo; sobre todo a varios reconocidos títulos griegos de última generación.
Si bien menos crudo que en Celebración, el creador de Submarino vuelve
al tema de la pederastia en La caza, de 2012. No obstante, ahora Lucas, el
profesor del jardín de infantes acusado de pedofilia, es uno de esos falsos
culpables a los cuales el séptimo arte nos acostumbró desde Fritz Lang hasta
Alfred Hitchcock. Vinterberg, también coguionista, juega con la premisa básica
de que el espectador es el único que en realidad está consciente de la
inocencia del hombre. No así el resto de sus colegas en la guardería, ni
quienes hasta ayer eran sus mejores amigos, incluido Theo, el más próximo de
ellos y padre de la niña con la que supuestamente cometió un acto
exhibicionista. Hecho en verdad generado de la fantasía de la pequeña Clara y,
probablemente, de ciertas circunstancias familiares sobre las cuales el guion
solo apunta indicios muy abiertos, mas no por ellos menos desasosegantes.
Vinterberg explora en este inteligente, detallista y contenido filme la
capacidad de reacción del ser humano para anteponer su costado animal a la
posibilidad del raciocinio ante la sospecha menos fundada. Lucas,
excelentemente defendido por el actor danés Mads Mikkelsen, ganador del premio
al mejor intérprete en el Festival de Cannes 2012, cae presa de la cacería del
título, blanco de una espiral de desprecio, elusión y violencia, de la cual
intenta emerger mediante la fuerza moral de su inocencia. Pero le resulta bien
difícil, debido a la tozudez de la gente del pueblo, proclive a dejarse llevar
por las apariencias, reacia a interpretar los hechos e incluso a dejar hablar a
la niña. En toda la madeja de malentendidos obra también no poco de maldad e
ignorancia combinadas, desde el mal proceder de la directora de la guardería
hasta el psicólogo infantil encargado de valorar el caso.
Consagrada por la Declaración Universal
de Derechos Humanos, la presunción de inocencia debe estar garantizada en todo
proceso judicial; sin embargo pocos creen en la de Lucas, no sea su hijo y algún amigo.
En medio de la histeria colectiva, la turba se abalanza sobre la fiera herida,
sin siquiera sopesar el concepto de duda razonable ni valorar su definitiva absolución
por la ley. De presuntas familias modélicas surgen seres inquisitoriales e
intolerantes, cuyo torrente sanguíneo irriga la hipocresía, quienes nunca
aceptarán al imputado, no obstante eximirlo de culpas la justicia. El disparo
final al personaje central en medio de la simbólica caza del ciervo lo
refrenda. Con ello Vinterberg confirma, una vez más en la pantalla de estas
latitudes, que algo sigue podrido en Dinamarca. Siglos después de Hamlet, de
dicho aparente remanso de bienestar -conjuntamente con Noruega, Holanda y
Suecia-, están surgiendo películas muy turbadoras sobre la descomposición moral
del género humano, marcadas por un pesimismo desesperanzador sobre las
relaciones de la especie. La caza es una muestra elocuente de ello.
No le falta razón al científico social Jaime Richart cuando sostiene que
"La caza es una película que
expresa a la perfección esa lacra de sociedades donde han dominado por los
siglos de los siglos la ortopedia e hipocresía propiciadas por una
interpretación tremendista de los textos sagrados judeocristianos, por la
obsesión del sexo reprimido y por la tendencia a la difamación”. Vinterberg
prosigue gestionando el rayos X cinematográfico más certero de una
disfuncionalidad secular.
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