La llave de Sarah, película del realizador francés de ascendencia hebrea
Gilles Paquet-Brenner, pertenece a ese
superhabitado género de exponentes fílmicos interesados en rastrear las señales
de un pasado doloroso desde las coordenadas del presente y la yuxtaposición
constante de los planos narrativos del ayer y el ahora.
Mérito del filme estrenado
en Cuba estriba en su interés por abordar uno de estos sucesos históricos que,
pese a su carácter vergonzoso para el país de la Revolución Francesa,
bien poco ha sido tratado en la cinematografía gala. Se trata de la denominada
Operación Viento Primaveral, empresa conjunta del régimen de Vichy con los
nazis, convertida en expresión execrable del colaboracionismo nacional con los
fascistas y de las innumerables delaciones de ciudadanos franceses a judíos que
convivieron con ellos muchos años y en algunos casos formaban parte del círculo
estrecho de sus comunidades.
El 16 de julio de 1942 cerca
de 13 mil judíos parisinos, de los cuales cuatro mil eran menores de edad,
fueron arrestados y conducidos al Velódromo de Invierno de la ciudad, donde los
confinaron en condiciones inhumanas, antes de trasladarlos a los campos de
concentración para su posterior exterminio.
El realizador Paquet-Brenner,
también coguionista de La llave de Sarah, introduce un elemento fictivo de
fortísimo componente dramático para procurar emoción a la hora de establecer el
registro factual de aquella atrocidad aun no reivindicada por la memoria
histórica francesa en tanto baldón de la conciencia colectiva patria durante la
era del mariscal Petain. La
Sarah del título es una niña que al ver irrumpir a la policía
en su casa, esconde a su hermano pequeño en un armario, el cual cierra con
llave. Ella, al tiempo, logra escapar del cautiverio y, en su infinita
inocencia, alberga la esperanza de encontrar al niño con vida; aunque al abrir
el escaparte solo hallará su cadáver putrefacto. El tormento, la culpa
acompañará por siempre a la muchacha.
El filme (basado en la
novela superventas de Tatiana de Rosnay), atestigua el dolor de miles desde el
recurso de la individualización de la tragedia, mucho más redituable al cine
desde tiempos pretéritos. Menos el drama de los 13 mil judíos que el de la
pequeña Sarah resulta investigado, desde el presente, por una periodista
norteamericana asumida por la intérprete Kristin Scott-Thomas, quien se sumerge
con voluntad cartográfica en el rastreo de los hechos, con el fin de elaborar
un amplio reportaje investigativo para una revista.
Pero en esta búsqueda, menos
histórica que sentimental y detectivesca, el largometraje emprende sus
trompicones argumentales, al girovagar entre tan constantes como innecesarios
retrospectivas o saltos adelantes, insertar personajes accesorios e intentar
conectar situaciones aleatorias al escenario narrativo central.
De este modo, La llave de
Sarah se bifurca a la postre en dos películas en una, de cuyo forcejeo por
emerger ambas como expresión determinante se delata la indecisión del director de
conferirle preeminencia a un punto de vista narrativo.
Además, el amargo tema
desarrollado por la pieza merecía una traslación cinematográfica que, por otro
lado, sucumbiera menos al peso de la emoción a favor de mayor densidad del
registro historicista de los trágicos sucesos de 1942 en aquel París monstruoso
de denuncias y capturas. Aun quedan muchos esqueletos por sacar del armario,
pese al intento parcialmente válido de Paquet-Brenner.
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