viernes, 6 de diciembre de 2013

Violeta Parra de cielos e infiernos


“La creación es un pájaro sin plan de vuelo, que jamás volará en línea recta”, contesta Violeta Parra, como parte de la entrevista televisiva que conforma una de las subtramas del filme chileno Violeta se fue a los cielos, del realizador Andrés Wood, presentado dentro del Festival de Cine Latinoamericano.

Así, sin plan de vuelo, discurrió la azarosa vida de este pájaro libre latinoamericano, quien extrajo del vientre de la Araucaria los sonidos de sus palabras limpias, la textura agreste de su naturaleza salvaje, el gemido intenso del viento y los árboles centenarios por tanto indio caído en las sabanas, montes o acantilados.
Y en ese retrato al óleo con escáner incluido de la artista que es su filme, justo de tal modo nos dibuja Andrés Wood a la Parra, la excepcional cantautora latinoamericana quien de su salvaguarda del folclore y su rescate de lo esencial antropológico hizo blasón y emblema autorales, signo demarcatorio e identario de un territorio de todos convertido en privado, al infundirle la savia de su grandeza, el genio de aquella feraz imaginación creativa y también la chispa de esa locura subyacente bajo algunas capas de su ser.
Entre los más aportadores directores chilenos de la actualidad, con seis filmes previos entre los cuales destacan La buena vida o Machuca, Wood ha germinado en Violeta se fue a los cielos una obra a perdurar, en tanto su aproximación a la Parra discurre fuera de los trillados lugares comunes del género biográfico, para recurrir en cambio al sentimiento, a lo ontológico, a la humanidad del personaje.
Los tres buenos guionistas que coescribieron junto a sí el libreto eliden los patrones ortodoxos del orden cronológico, el recorrido detallado del arco vital del personaje, el encuentro con aquel escritor, su ingreso a determinada filiación, en fin los parámetros habituales. De cierto, casi todo está, pero sobre tiralíneas, sin explicar la imagen ni compulsar al espectador a detenerse en cado tramo vital de la Parra.
Con dicho objetivo factual, más didáctico que nada, el director apela al recurso de la entrevista televisiva antes mencionada, la cual se hace extensa, reiterativa y puerta abierta a ciertos subrayados y respuestas de la cantautora, las cuales por momentos pisan la delgada línea que separa lo poético de lo cursi. Otro problema del filme radica en el congestionamiento de textos musicales de la artista insertados dentro del metraje, no siempre en el momento más indicado. Sin embargo, su clásico Gracias a la vida, paradójicamente queda desplazado a los créditos de cierre.
Dificultad mayor guarda relación con el lavado ideológico del filme. Sí, queda claro que el personaje es de izquierdas, de hecho un gran símbolo de la izquierda aunque aquí no lo mencionen. Mientras otros aspectos quizá menos determinantes son recalcados, a este lo llevan por la tangente, como de soslayo. De acuerdo, no resulta el propósito del filme, pero es que parte de la misma poética de Violeta resulta consecuencia de su visión ideológica. No puede hablarse de Ray Charles sin ponerle sus gafas. Y la última limitación estriba en la demasiada importancia concedida a la historia de amor de Violeta y el suizo. No juega con el timbre de la historia. Acaso pesa demasiado; acusa un tufillo a búsqueda de público, inconsecuente en cinta tal.
Empero, existen más elementos para alabar al realizador que para censurarlo, en tanto Wood, original y despierto a nuevos descubrimientos narrativos en un subgénero tan recorrido, no traza aquí una hagiografía hollywoodense. Su Violeta habrá ido a los cielos, pero conoció el infierno y poseyó rasgos morales detestables, bien que lo sabe. Por tanto, su película, inspirada en el libro homónimo de Ángel Parra, hijo de la mítica chilena,  no se coarta en transmitir el egoísmo de la compositora, cantante, folclorista y pintora (las escenas cuando presenta su cuadro al comisario del Museo del Louvre, y de su mismo suicidio, a metros de su hija menor, lo grafican bien); esa mezquindad que denota cuando se le muere otra niña pequeña y prosigue por dos años su gira europea; la humillación voluntaria ante un joven amante 18 años menor; su volubilidad; sus vaivenes emocionales. La vida de esta mujer, su infancia lóbrega, tampoco contribuyeron a contentarle demasiado la vida, pese al esfuerzo suyo por encontrar la alegría cotidiana proporcionada por el trabajo: quizá su único aliciente vital y resorte prolongador de su existencia hasta la derrota final de la tristeza y la anulación de aquel disparo final a sus cortos 49 años
Todo esto, el cosmos caótico e inasible de la firmante de Maldigo del alto cielo, queda harto bien definido en el relato, mas nada hubiera sido igual sin la presencia de la actriz Francisca Gavilán en el rol central. La intérprete se trasfunde en el magma emotivo del personaje e interioriza sus pulsiones, toma su piel, entona las canciones de la Parra con su voz y compone en definitiva de forma prodigiosa al conflictivo e intenso personaje asumido. Sería difícil imaginar otra Parra más grande que la Francisca.

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