Como es conocido, la animación mundial posee dos grandes polos de
atención cualitativa: los estudios Ghibli en Japón, con las maravillosas
criaturas de ese genio viviente llamado Hayao Miyazaki y demás cineastas; y
Pixar, en los Estados Unidos: artífice de clásicos modernos del género a la
manera de Juguetes, Wall. E y Up. No obstante, la verdad sea dicha, las últimas
muestras de Pixar marcan franco declive.
Tampoco pueden olvidarse las delicias en stop motion de la escuela
británica Aardman, creadora de Wallace and Gromit u otras gemas. Esto, por
supuesto, a nivel de gran cine comercial, puesto que las expresiones
experimentales de la pantalla animada resultan muchísimos menos conocidas por
el gran público.
Pero, además de Japón, Estados Unidos e Inglaterra, disímiles naciones
incursionan en el dibujo animado, con mejor o peor suerte. Destacan, entre
otras, las producciones francesas, gracias a su particular sello de marcados
rasgos autorales, en cuyo sentido cabe ponderarse la ejecutoria de Silvayn
Chomain.
Pese al sostenido trabajo en el corto, donde sobresale una pieza
realmente excepcional como Veinte años, de Bárbaro Joel Ortiz, luego de la
época dorada de Elpidio Valdés, sus secuelas y Vampiros en La Habana, de Juan Padrón
todas, Cuba no ha vuelto a tener un buen momento en el largometraje. Fernanda,
la película, la cual fue presentada en esta edición del Festival de Cine
Latinoamericano de La Habana,
constituye una de las producciones nacionales más lamentables de los últimos
tiempos, de cualquier género.
Sudáfrica es uno de los nuevos países que se adscriben a la vertiente
cinematográfica de la animación, mediante Zambezia, producción de 2012
estrenada en nuestras pantallas.
Al margen de su descomunal presupuesto de 20 millones de dólares para
una cinematografía africana y el intento profeso de insertarse en el mercado
internacional, la película dirigida por Wayne Thornley no intenta emular las
megaproducciones animadas de Disney. Va de otra.
Aquí la narración gana preeminencia al efecto gráfico, a contracorriente
de la mayor parte de los filmes animados estadounidenses del momento. Por ello,
podría dar la impresión de ser una cinta anacrónica, de establecerse
comparaciones no procedentes sin embargo en este caso.
Mediante polícroma paleta que subraya los fondos bellísimos de los
paisajes africanos, Zambezia cuenta una historia, comprensible, clara,
destinada esencialmente a un receptor no mayor de diez años, la cual deja
lúcida moraleja sobre la importancia de la preservación de los valores.
Su llamado a la solidaridad es bien pertinente a alturas tales para un
espectador pequeño que, al menos en el primer mundo, cada vez está más sometido
a pautas publicitarias y modos de vida que privilegian el aislamiento y la
exaltación del individualismo.
No obstante, a Zambezia le cuesta trabajo decir cuanto dice mediante un
discurso original. La película constituye la operación de reciclaje argumental
más bastarda originada en el género durante fechas recientes.
Los guionistas de Zambezia, entre los cuales se incluye su director
Wayne Thornley, asaltaron a mano armada a las historias de Buscando a Nemo y
Ga´Hoole, la leyenda de los guardianes. De manera que cuanto gana en el terreno
del planteamiento ideológico lo pierde en el apartado del desarrollo
argumental. Es una pena, porque con un poco más de creatividad, el cine
sudafricano podría haber aportado un exponente a tener en cuenta dentro del
género animado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario