viernes, 10 de enero de 2014

Gangster sin nombre de verdad no tiene nombre


Como antes hemos comentado en La viña de los Lumière, el surcoreano constituye uno de los cines más pujantes del mundo durante el siglo actual. Ahora bien, ni todos sus exponentes resultan meritorios, ni ha devenido del todo correcta en cuanto a selección jerárquica, como tampoco sistemática, su exhibición en Cuba.

Gangster sin nombre, exhibida en nuestro país, representa uno de los thrillers más rutinarios y abiertamente comerciales facturados por la pantalla asiática en los años más recientes. De lo segundo puede explicarse, quizá, su arrollador éxito taquillero en su nación de origen.
Cuando se ha visto a Coppola y Scorsese completos, además de Los Soprano y las películas de la yakuza del japonés Takeshi Kitano o los filmes de mafiosos con sombrillas de Johnny To (por nombrar solo a las cimas del subgénero, en cada hemisferio) no queda menos que sonreír con malicia ante esta producción surcoreana de 2012 preocupada por inventar el aire.
Un guion, absurdo e infantil, está diseñado para favorecer, cada determinados momentos planimétricamente prefigurados, la aparición de un punto climático que enardezca la audiencia. Sucede que estas inyecciones de endorfina no cuentan con respaldo dramático, o en última instancia algunas son de alcance muy local, lo cual redunda en una película desnivelada, siempre con la aceleración en alta, sin remansos posible para el desarrollo de caracteres e incongruente con su propia escuela y sin mucha posibilidad de comunicación con el público más allá de sus fronteras.
Cuando realizan películas parecidas, los realizadores surcoreanos por lo general cuidan mucho el estilo del filme, para levantar en forma cuanto les falta en contenido. Sorprende, entonces, que esta película sea tan expeditiva a lo barato, en ambos campos.
Yu Jong-bin, el director, fue comparado con los mejores creadores del gangsteril en el instante del estreno del filme. La revista Time denominó a Gangster sin nombre como “la película sobre la mafia coreana de la que Scorsese se sentiría orgulloso”. Es de imaginar que estuvieran drogados quienes cometieron tal atentado al nombre del venerable autor de Uno de los nuestros, puesto que aquí no hay mínimo amago de penetrar en el marco social donde intervienen los personajes (salvo la puntualización documental del inicio sobre la cruzada del presidente Roh Tae-woo contra el crimen organizado) y el espectáculo oscurece cualquier fondo posible de examen.
Yu Jong-bin vuelve por los caminos temáticos de la, antes comentada aquí, El hombre sin pasado, dirigida por su colega Lee Jeong-Beon, pero sin carenar en las playas de esa marginalidad que nada más sobrevuela. Muy distante de películas surcoreanas capaces de retratar estos ambientes de manera mucho más seria, a la manera de El mar amarillo o Memorias de un asesino, Gangster sin nombre supedita sus intenciones al ruido, la furia y la fanfarria de cualquier producción hollywoodense de segunda.

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