domingo, 27 de abril de 2014

Filomena: convencional melodrama de Stephen Frears


Tras tres décadas en el set de filmación, el británico Stephen Frears (1941) ha aprendido mucho del cine, lo bueno y lo malo, y entre esto último sus trampas. El director de la extraordinaria Amistades peligrosas domina el difícil arte de la narración fílmica, pone en su lugar los puntos de la sintaxis cinematográfica, posee un don especial para la dirección de actores, sabe hallar los tonos demandados por algunas películas (La Reina, el ejemplo principal), se “evapora” tras la dirección cuando hace falta en función de convertir su gramática en una suerte de estilo neutro, e incluso en algún caso –derivado en cierto modo de lo anterior- es capaz de disimular el ropaje genérico con astutos movimientos. Dichas trampillas, no importa lo hábilmente que sean desarrolladas por el pillastre, sin embargo son captadas por algunos espectadores; no obstante, la verdad sea dicha, confunden a demasiados. Ha sido el caso de su Filomena (Philomena, 2013), mimada por el público, ovacionada en festivales, nominada a cuatro Oscar y con ríos de tinta a favor, por parte de críticos de diversas filias. Algo más o menos parecido a cuanto sucedió en Cuba hace poco con la sobrevalorada Conducta.

Más allá de su anticlericalismo de ocasión, su halagador llamado a la comprensión humana, la honorable exhortación al respeto de las otredades y otras verónicas bienpensantes tantas veces estampadas antes mucho mejor, en realidad cuanto estamos apreciando aquí es un melodrama, mondo y lirondo, de “madre que busca a su hijo arrancado del regazo”. Por supuesto, Frears no trabaja para Telemundo, esto es una coproducción entra la francesa Pathé y la inglesa BBC; no se trata de un culebrón para el público latinoamericano, y hay que hilarla más fina.
De entrada, el zorruno director se buscó para interpretar a Filomena Lee a una actriz que es una torre: la octogenaria Judi Dench, la Lady Macbeth más elogiada de la escena londinense, cinco veces candidata al Oscar (entre ellas por su rol en esta cinta, además nominada en los rubros de filme, guion adaptado y música). La inolvidable M de la saga Bond va casi todo el metraje, en sobadísimo plan road movie/buddy movie/viaje de aprendizaje, de manos de Steve Coogan. El conocido comediante incorpora al periodista encargado de ayudarle a encontrar a su hijo, de quien ella perdiera el paradero tras ser vendido a una pareja norteamericana, al precio de mil libras esterlinas, por las monjas del convento donde la recluyeran, medio siglo atrás.
Coogan, cualquier cosa menos humorista aquí, camina tan grávido, serio, plúmbeo sobre las líneas del relato, que del contrapunteo dramático entre ambos personajes centrales (la añosa madre, pese a su dolor, aprecia la vida de un modo mucho menos complicado, más dador y simple) destílanse algunas gotas de humor con las cuales Frears tiende a sofrenar el contenido de llantos de este vaso fílmico. Ignoro la filiación religiosa del señor Frears, pero a la postre nos dice harto claro que la católica Filomena es tan grande que puede ser capaz de perdonar a quienes les vendieron a su hijo; mientras el ateo periodista, sin vinculación filial alguna con aquel, no lo hace. Lo anterior, en sí, no resultaría erróneo, per se; de hecho se verifica así, no pocas veces, en la vida real. Ahora bien, no es tampoco siquiera que constituya algo extraño o paradójico en una obra interesada en censurar el proceder de marras de las instituciones religiosas, sino que parece demasiado a la caza de mayor complicidad de público con el personaje de Filomena, ya de por sí demasiado “reloaded” y pletórico de bonhomía para mi gusto. Cuando los personajes cinematográficos requieren tales apuntalamientos pro-emotivos, por efecto de causa se tiende a la devaluación de su calidad. Da igual que esta madre de hijo arrebatado de la Dench parta en su configuración de la irlandesa en quien se inspirara el reportero Martin Sixsmith para elaborar su libro The Lost Child of Philomena Lee, en el cual basan el largometraje.
En 2002 el también británico Peter Mullan dirigió Las hermanas de la Magdalena, León de Oro en el Festival de Venecia, una obra muy verista que, sin intenciones melo, describió bien la naturaleza opresiva, carcelaria de las prácticas cometidas por la iglesia católica en instituciones correccionales irlandesas, donde miles de muchachas, en gran parte casi niñas, “purificaban” sus pecados carnales, u otros, mediante duro régimen punitivo.
Durante los años 50 y 60, a alrededor de 60 mil adolescentes irlandesas recluidas en conventos católicos, les quitaron sus hijos para venderlos a pudientes familias adoptivas norteamericanas. Filomena Lee, aunque ya tarde porque estaba muerto, a la larga descubrió el paradero del vástago. Por el contrario, la mayoría de ellas nunca conoció el destino de su descendencia.

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