domingo, 25 de mayo de 2014

American Splendor (U Ordinary life is pretty complex staff)


Sin importar los éxitos en el Sundance, su Premio de la FIPRESCI en Cannes e innumerables reconocimientos granjeados para 2003, año de su estreno, American Splendor, vista la película en bruto y por cuanto vale, no debido a sus lauros (a veces tan traicioneros), devino una de las cintas imperdibles al trazar cualquier aproximación al subgénero. Da igual que en su país de origen solo cuatro gatos, maulladores casi todos afiliados a la camada Harvey Pekar-Robert Crumb, vieran en salas este filme de bajo presupuesto, carente de recuentos heroicos o efectos digitales en tropel. O sea, lo más lejano posible a la norma que, según el imaginario popular, pudiera encontrarse un “largometraje de comics”.  Otros espectadores trabaron contacto con el filme al paso del tiempo, merced a las reposiciones en la HBO, cadena de cable que la produjo. Así, casi de boca a boca, a la chita callando o a lo Ghost World de Terry Swigoff, comenzó a añadir adeptos. Casi una década después de su salida, ya son muchos más quienes la justiprecian con todo el entusiasmo que amerita.

Tras revisar al cabo de unos años nuevamente la obra firmada por la novel dupla de los antiguos documentalistas neoyorkinos Shari Springer Berman y Robert Pulcini, uno corrobora que forma parte de ese tipo de exponentes que de varias maneras ilustró caminos o pudo sentar pautas en la narrativa de la vertiente y de la comedia dramática estadounidense, lo mismo por sus artes rompedoras de contar que por  la capacidad del montaje cinematográfico, a cargo del propio Pulcini, para significar conceptos, transgredir límites o burlar la edición académica. No obstante, tales intenciones, fuera de la órbita de la caligrafía de manual al uso, no contaron con demasiados seguidores, no huelga recordarlo.
Deliciosa pieza cinematográfica fabricada merced a la visión fresca de dos jóvenes realizadores, cuya lozanía gana cuerpo con el tiempo no más avistar el nada prometedor saldo hollywoodino actual, sería injusto eludirla de ese territorio más legítimo y aportador del cine indie que integra junto a trabajos de la guisa de Being John Malkovich, I´m still there, Adaptation e incluso Frozen River, The Agent Station u otras pocas. No al de la cara más industrial del “independiente” corte Little Miss Sunshine/Juno o las muy estimables pero semiindies About Schmidt, Sidebar y The Margot´s Wedding.
A disimilitud de otras películas del subgénero, para entender American Splendor, el filme, hay que sentir irremisiblemente el ritmo cardíaco de la novela gráfica homónima de Harvey Pekar, en tanto uno y otra van a encadenarse dentro de la diégesis para soldar el que quizá sea el caso más curioso e inteligente de fundición de ambos mundos en un solo cuerpo narrativo. Es que el relato cinematográfico, así como los personajes que lo habitan, respira el mismo aire del comic, se alimenta de su mismo espíritu.  Pekar, Paul Giamatti en el filme y a veces el mismo historietista, o su voz en off, según sea el interés de la escena -en determinada secuencia incluso coinciden el auténtico y el incorporado por el actor al imbricarse diferentes niveles de representación-, fue un tipo tan singular en su extraña personalidad como genial en sus percepciones sobre el desangelado entorno de la clase media baja-trabajadora estadounidense, quien le escribiera al dibujante Robert Crumb, desde el instante de fundación de la yunta, los guiones para ese autobiográfico escaneo a la médula espinal del día a día de un contexto y su gente (pero sobre todo su Yo)  intitulado American Splendor. Más adelante, santificados por la venia de que iría a convertirse en compañera definitiva: Joyce Brabner. E ilustrados, coloreados y entintados por varias talentudas manos en el decurso del texto.
Opus de culto aparecido en 1976 cuyo cenit se ubicó en los ´80 e hito de las viñetas underground por décadas, American… representa la antítesis total de los comic-books de enfoque heroico fabricados en grandes tiradas de los cuales Harvey pasaba -la escena apertural del filme ya avisa bien de la materia pekariana. Cuanto se propuso a través de su material historietil consistió en transfundir no solo el desencanto de ese submundo nerd urbanita marginalizado donde circunvalaba, sino el agobio de muchas personas sensibles ante los derroteros tomados por la nación en diferentes órdenes (cultural, psicosocial, económico) y la forma cómo se entronizaron allí la desidia y los enfoques únicos de un modo de vida asido a un perfil indiferenciado en cada una de las “iguales y deprimentes” ciudades de la Unión, cual reza el texto original y repite uno de los personajes centrales de la cinta.
Metatextual, interdisciplinaria, ubérrima en concebir al universo del cine como un escenario de libertad desconocedor de restricciones e imposiciones, dichosa en el establecimiento de un dispositivo de construcción peculiar que le arranca lascas al mockumentary, el docudrama, el documental reporteril, la animación, los recursos propios del comic y el posmoderno trabajo con las intertextualidades y el juego con el dentro del dentro, la película tiene la osadía entre otras tantas, por ejemplo, de mostrar un hecho real desde tres puntos de vista artísticos diferentes, a su vez planos de representación en confluencia:  los momentos en que Pekar y su media naranja, Joyce Brabner, recién conocidos, conversan en la casa de éste y ella forma la gran vomitera por la comida que le cayó mal en el restaurante al cual él la invitara en su primera salida, el espectador los recibe tridireccionalmente: desde la novela gráfica, la propia película que biografía al hombre al recrear el tebeo y la obra de teatro -también adaptada de la historieta, según el entendido diegético- que las reproducciones fílmicas de Harvey y Joyce acuden a ver a una sala.
Mucha de la ironía congénita de Pekar -alguna vez llamado “el Mark Twain de la clase obrera”- sabroso ser real/personaje es incorporada a los diálogos y el guión completo elaborado por los propios realizadores. Giamatti, gigante como luego nunca lo volvió a ser de igual modo, asimila en actuación perfecta los rasgos psicológicos del excéntrico, raro, tragicómico, solitario, depresivo, afónico psicosomático, obsesivo-compulsivo archivero de Cleveland encargado de redactarle al no menos esquizoide Crumb las líneas de la inolvidable novela gráfica. Hope Davis, bajo la piel de Joyce, no tiene que envidiarle a Giamatti. Se escribe fácil, pero resulta extraordinariamente difícil igualar y por momentos hasta superar composición histriónica semejante. También resultaría memorable, de no sobreactuarlo un tilín, la interpretación de Judah Friedlander en el rol de Toby Radloff, un “ganso” o very weird boy capaz de mandarse un viaje de 420 kilómetros entre Cleveland y Toledo para ver la película Revenge of the Nerds. Perla humana incluida entre las poquísimas personas o animales a quienes Pekar se dignaba a mirar, además de su pareja y el gato de sus momentos tristes. Es decir, de casi todos sus momentos.
Al emblema contracultural de Ohio que hizo del lema “la vida ordinaria es algo bastante complicado” frase célebre, pese a acceder salir de su rutina inquebrantable para participar en el filme y que su rodaje le proporcionara la idea para confeccionar al lado de su pareja la novela gráfica American Splendor: Our Movie Year (siguiéndole la onda a Joyce en Our Cancer Year) su resultado general no le satisfizo a la larga. En principio echó loores por montón, pero luego algo, nadie sabrá qué, le hizo variar de opinión y disentir de lo dicho. Este melómano, crítico, escritor y juntadocumentos de ancestros polacos abandonó el espacio de los vivos el 13 de julio de 2010, aun con ese mal sabor. Algo a la larga injusto e incomprensible -si bien quizá tales razonamientos no tengan caso en un tipo como él-, pues no se repitió aquí lo que en determinado momento llegó a sucederle en el show televisivo de la NBC Late Night with David Letterman, cuando le hirieron sensibilidad y ego en demasía. Dicha etapa, por cierto, Pulcini y Springer Berman la abordan en el largometraje mediante un formato que apela al material documental de archivo de las entrevistas, justo al integrarse al relato los diálogos Pekar/Letterman, para con posterioridad encadenar la presencia del Harvey asumido por Giamatti al hilo de la acción como parte de una continuidad narrativa que en vez de resentirse por tal presunta “violentación” gana no ya en novedad total en tanto recurso, mas sí en  riqueza estilística al discurso fílmico.

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