miércoles, 7 de mayo de 2014

Diario de las hojas muertas


Insertada en combo junto a La noche del Sr. Lazarescu (Cristi Puiu, 2005); Cómo celebré el fin del mundo (Catalin Mitulescu, 2006); Bucarest 12:08 (Corneliu Poromboiu, 2007) o California dreaming (Cristian Nemescu, 2007) dentro de la denominada “nueva ola del cine rumano” -tendencia la cual ojalá no eclipse rauda ante la pobreza de una cinematografía muy poco prolífica-, y por otro lado inscrita a fuego en el pecho de una corriente revisionista del cine europeo hacia el pasado reciente donde halla fila a la cabeza la tan bien construida como manipuladora cinta alemana La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) , 4 meses, 3 semanas, 2 días (Cristian Mingiu, 2007) es una película cuyo testimonio de acierto primero estriba en la economía de recursos y la sobriedad con que se maneja este drama sobre una muchacha en plan de aborto clandestino durante los días finales de Nicolae Ceausescu, estadista interesado en aumentar el ritmo de crecimiento de la población para tener gente con la cual “levantar” su economía.
Por ende, promulgó una ley -vigente durante 23 años- en contra del aborto y los anticonceptivos: crímenes de lesa hostilidad política allí. No obstante, la historia demostró el efecto contrario de las medidas, ante el descenso notable de los alumbramientos y una avalancha de operaciones ilegales en medio de las peores condiciones sanitarias. Según las diversas fuentes, entre 15 mil y medio millón de mujeres murieron debido a tales procedimientos.
Sin perder de vista el axioma de Truffaut: “el cine no demuestra, muestra”, Mingiu (Occident, 2002) dice todo esto, pero no al pedagógico-demostrativo modo de clase de Historia, sino de forma inductiva -aquí no aparece, a la manera de los filmes estadounidenses, “explicaciones contextuales”, en cambio provoca su búsqueda-, larvante, austera, naturalista, en una película de implosiones feraces cuyos ecos conmocionales vocean entre capas de subtextos no distinguidas justamente por la extroversión. Es lo que más me cautiva de su umbrío drama, plúmbeo, ocre, tristeazulado por convicción en las apagadas gradalidades cromáticas a fin de “dar” ese ambiente grisáceo de personajes/época, a cuyo objeto rebajaron un tercio del tono real de la imagen por intermedio de efectos químicos.
La atmósfera de enfermiza quietud de aquellos años terminales (hoy día, la verdad sea dicha, sin demasiados mejoramientos visibles, pues la mayor parte de estos países esteuropeos ex socialistas afrontan grandes dificultades) queda magistralmente expresada por extensos planos-secuencia, o la presencia de una cámara en mano que ora se achanta en posiciones fijas, ora rastrea movimientos casi en tiempo real a lo largo de un relato claustrofóbico, tenso, cortante, austero, pragmático como poco cine del momento en su vocación elíptica. Mas que la constatación progresiva del proceso del aborto -desentendido de la explicitación digamos de una Vera Drake (Mike Leigh, 2004)-, a lo que tampoco deja de atestiguar paso a paso pese a cuanto digo a continuación, o jarro de aceite contra lomos de Gomorras posibles, 4 semanas…., resulta muchísimo menos registro demonizatorio que operación metonímica en torno a la desesperación personal o social, sinécdoque del fin de una era desde un movimiento de fichas emitido de forma limpia y precisa sobre el tablero del cine. Mingiu no enjuicia per se en sus imágenes, limítase a exponer (si bien será imposible no generar evaluaciones postreras).
Lejos de la filípica dirigida a un pasado sin posibilidad de redención, o el alegato anatematizador apuntado al blanco de puntos finales u cualesquieras engendros legales asesinos de memorias, constituye la obra de Mingiu vivisección del diario de sobrevivida en reinos de mentira. Sí, pero fundamentalmente representa oda a la capacidad de vencer de lo humano y lo noble aun en medio de la putrefacción más rampante, cuando supervivir supone atravesar por un cúmulo de humillaciones que van desde privarse del elemental derecho a ser digno hasta negociar la virtud de permanecer leal a la conciencia. Hojas sueltas ellas de un follaje moribundo, la de Otilia (asumida en formidable trazado caracterológico por Anamaria Marinca) y la embarazada Gabita (Laura Vasiliu) es la historia de una amistad de esas cocidas solo al calor del fuego lento del dolor, de aquellas tejidas únicamente cuando para compartir no se tiene nada más que mucho miedo y tanto más amor.

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