En Los tipos duros no
bailan, pésima adaptación fílmica de sí mismo hecha por Norman Mailer en
1987 con Ryan O´Neall e Isabella Rosellini, hay una escena de intercambio de
parejas, donde desde la habitación contigua un personaje escucha los gemidos de
placer de su compromiso en los brazos del otro. Aquellos jadeos me recordaron
siempre los de la secuencia final de El joven Frankestein, la parodia realizada
por Mel Brooks en 1974, elocuentes en torno a la potencia sexual del
“monstruazo” creado por el gran comediante.
Más de veinte años después
de la incursión fílmica del narrador Mailer, para julio de 2009 la compañía
holandesa Little Sins (Pequeños pecados, en cristiano) alquiló apartado hotel
de la campiña inglesa con el fin de celebrar una fiesta de swingers o
intercambios conyugales integrada por 350 personas VIP, tan cansadas ya de todo
lo bueno de la vida que necesitaban experimentar esa nueva sensación de
compartir fluidos colectivamente. La noticia causó su revuelillo en los
cotidianos londinenses, si bien forma parte de la rutina de muchos pueblos del
medio oeste y algunas ciudades de Estados Unidos, ese extraño planeta donde
mientras en un estado constituye delito la felación dentro del matrimonio en
otro se puede andar desnudo por la calle.
El maestro Stanley Kubrick
insertó una suerte de swingers party de ricachones -célebre ya en la memoria
fílmica- dentro de su semipóstuma Eyes Wide Shuts (1999). Para su ópera prima
conjunta como realizadores (Afinidades, Cuba-España, 2010), los actores Vladimir
Cruz y Jorge Perugorría tocan la tecla en música de cámara, tan literalmente que
así se llama la novela de Reinaldo Montero de donde parte el guión. Sus
personajes no usan antifaz ni se entregan en fiestas grupales, a la manera de aquella orgía a la que iba Tom
Cruise escapado de Nicole Kidman. Tampoco son ricos. Bueno, no todos; uno sí o
algo parecido: el empresario compuesto por el propio Perugorría. Néstor es un
tipo pragmático, hedonista, falaz, manipulador, sin demasiados escrúpulos ni
más ley que el triunfo personal a ultranza. No se confunda su “estilo” con
campechanía, ni con el “saber vivir”, no. Aunque tampoco es un monstruo, tiene
su envés, contradicciones, rasgos menos negativos y acaso no le quedó más
remedio que convertirse en lo que es cual estrategia de supervivencia, en tanto
él mismo recidiva de esa zoológica patología social del “triunfador” emergente
a como de lugar en tiempos de crisis. Por
supuesto, Néstor está conectado con el “baro”, como dice el servil barman de
Laguna del Tesoro, donde el hombre de negocios lleva a su subordinado y las
esposa de ambos para un weekend de trueques carnales, de cuyos resultados es
posible dependa la permanencia de su subalterno y “amigo” Bruno -interpretado
por Cruz- en la empresa regenteada por Néstor, a punto de despedir a varios
efectivos tras convertirse en una joint venture.
Igual de singular, de
conflictivo en tanto personaje resulta Bruno: más candoroso, él forma parte del
“vencido”, del devorado por el pez más grande en la cadena alimenticia, pese a
su formación profesional -hay un fotograma hacia el cierre, excepcionalmente
locuaz en tal sentido. Acepta -a veces con contradictorio buen grado- el juego
propuesto por su jefe, pero lo atormentan recelos, miedos, sospechas, quizá su
poco de envidia. La relación entre ambos metaforiza de alguna manera cierta
circunstancia social, cuyo feto se formó en aciaga época histórica motivadora
de no pocas paradójicas dicotomías o contradicciones verificables en el
escenario actual a diversos niveles. Pillastres de inteligencia emocional ganan
enteros en instantes de desasosiego, incertidumbre, vacío, pérdida de
referentes y miedo al futuro. Pudiera impugnarse el cinismo retratado aquí, de
no existir correspondencia con ciertos vórtices de la realidad hoy día. Agrio
pero cierto. Las diez jornadas que Vladimir y Jorge pasaron en un castillo
suizo retocando el guión no los sacó de la Tierra. Empero, la
película -por lo menos a mí-, te deja la cicuta de la amargura embuchada al
pescuezo, pese a que una lectura probabilística apuntaría al encuentro de
horizontes posibles de certitud tras la salida del lugar donde llegaron por agua
y salieron por tierra: en solución visual parecida inicio y desenlace, aunque a
lo mejor más claros, algunos de estos seres, del abismo entre los juegos y las
verdades de la existencia, tras cubrir tal arco espacial. Lapso durante el cual
tendrán su swinger “noche taína” en Guamá, al calor de Bucanero, Cristal, buen
whisky y otras perlas prohibitivas para los collares de la mayoría, mas a la
larga emergerán de la francachela endorfínica
tan irrellenados como Leila, la desfogada figura central del filme
canadiense Lie with me (Clément Virgo, 2005), luego de sus saltos sexuales en
busca de…sin encontrar en casi todos algo más que pura acrobacia animal con
placer incluido.
Los planos de arranque del
preciso Luis Najmías Jr para Afinidades (cuyo epicentro geográfico ilustra el
poster acompañante del texto) son preciosos, la música que los envuelve divina
y se extraña más a lo largo del metraje la partitura compuesta por Silvio
Rodríguez. El filme inicia alto, las expectativas arriba -Perugorría y Cruz, no
importa su juventud, van camino a la leyenda en el cine cubano y una cuarta
película juntos siempre va a concitar interés. Un tan fresco como saludable
deshabanizado contexto espacial se abre a los ojos del espectador. Comienza a
sobresalir la dirección de arte de nombre tan experimentado como el de Derubín
Jácome. Entran en pantalla dos actrices que tienen la facultad de llenarla, la
española Cuca Escribano (Cristina) y la cubana Gabriela Griffith (Magda). Con
muchas potencialidades por explorar esta última en su futuro cinematográfico,
de continuar puliendo su arte y sus estudios.
Pero, también raudos llegan
los problemas de la obra. No más arribar el yate de los visitantes a la Laguna del Tesoro,
comienzan a ensortijarse parlamentos desconcertantes, ora por lo literarios,
ora por su empalme inorgánico en la línea del diálogo, ora por semejar
apéndices y no órganos naturales de quien coloquia. Cual película de suspenso
con planteamiento equivocado, surgen pistas en el guión de Cruz que conducen
campantemente, sin mantequilla, al meollo rampante de a cuanto va esto e
introducen al relato dentro de una espiral de predictibilidad de la cual no
puede zafarse hasta el desenlace. El largometraje se ve lastrado por un mal
común de algunos debutantes: el rendirse ante la supuesta necesidad
dramatúrgica del sentido causa-efecto. O sea, si se verbaliza o visualiza
determinado foco de atención, a seguidas caerá in media res su expresión de
consecuencia.
No hace falta leerse el
primer volumen de la Historia
de la sexualidad, de Foucault -“las relaciones de poder pueden penetrar
materialmente en el espesor mismo de los cuerpos…”, claras allí semejantes u
otras cosas- para atisbar las relaciones de concomitancia entre poder y sexo
exploradas en el drama erótico-psicológico Afinidades, si usamos el mismo
denominador genérico empleado por sus creadores. Las reacciones y
específicamente los comportamientos sexuales de los cuatro adultos en medio de
la cabaña interesan en cuanto al análisis del filme a las líneas/ejes
posibilitantes/ consecuencias de las ruptura de barreras, costumbres o códigos
morales observados por el sujeto social cual lógico participante de normativas
equis, pero más a mi ver vistos en tanto tubería de salida para los nuevos
espejos de agua de una charca social donde entrarían en juego otras cartas de
navegación signadas por prerrogativas cuya corona de dominación situaríase in
strictus sensu bajo el signo meramente pecuniario determinado por la marea
epocal.
Hay aciertos y desaciertos
en el tratamiento de lo erótico. La Escribano que ni pintada para la tarea, y certera
su respuesta histriónica, aunque demasiado salaz el personaje en su bordado escritural,
tanto que me evoca a la exagerada protagonista del filme español Diario de una
ninfómana (Christian Molina, 2008). A nuestra debutante Griffith, aun insegura
o titubeante a veces ante la cámara, el rollo le sale de mal, regular a bien e
incluso mejor, según la escena, sea erótica o no. Así de intermitente. A
diferencia del anterior escenificado en el baño entre ambas mujeres con los
bemoles lúbricos justos, la concepción del subsiguiente lance sexual entre tres
personas, luego cuatro, precisaba más hoguera y menos limpieza de softcore
casero tímido; a lo mejor un toque Winterbottom. Eso bien lo sabe Perugorría,
quien trabajó con Bigas Luna. Y en otro orden de cosas, también requería más
apuntalamiento la transición psicológica del personaje de la Griffith, de esa muchacha
contenida, firme a sus preceptos del inicio, a la feraz erógena en que más
tarde queda transmutada, al margen la razón por la que fuera, entendámonos. Se
saltaron par de amarres en dicha trenza compositiva.
Despareja y todo, es de agradecer
Afinidades y el rodaje de películas de su corte, porque otorgan expansión de
miradas, perspectivas, eclecticismo temático a un cine que como todos, merced a
tal diversidad podrá continuar expandiéndose y hallando en tal crecida las
verdaderas obras a trascender.
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