Ver lo remoto cual túnel de escape ante la adversidad
es algo que está encostrado a los genes de la especie desde su fase ancestral.
Las constantes huidas de personas hacia sitios extraños tuvieron muchas veces
origen, a lo largo de la historia de la humanidad, en el miedo ante el peligro
inminente. Este sentimiento primigenio es el que motiva el desplazamiento hacia
Kenya de la familia judía alemana de los Redlich en 1938, antes del exterminio
nazi a los de su raza. La pareja de Walter y Jettel Redlich junto a su hija
Regina, personajes centrales de En ningún lugar de África (Nirgendwo
in Africa) deben replantearse modos de obrar y pensar ante su choque con
cultura y condiciones de vida diferentes. El quiebre del particular orden de
las cosas de los dos esposos motiva que lo que en principio pudiera haber
parecido una estructura con vocación de monolito se esquirle, mucho a causa del
cambio abrupto, aunque debido un poco también a que -como le dice el padre de
Walter a Jettel antes de partir: “En el matrimonio a veces uno ama más que el
otro, y ese otro siempre será más vulnerable. Mi hijo te ama mucho”. La
frivolidad de Jettel, su debilidad y pragmatismo eventuales marcarán grietas en
la piel de una unión que Walter, defectos personales a un lado, hará lo
imposible por preservar.
Caroline Link, la directora y guionista del filme, le
concede valor especial dentro del relato al sondeo psicológico de sus
protagonistas, a cada meandro sobre el cual discurre esta relación de pareja y
su proyección sobre la hija. Con ello, la astuta realizadora -quien ya dio
muestras de saber hacer cosa semejante en
Más allá del silencio y Annaluise y Antón, sus dos
anteriores largometrajes- , consigue que su película no se diluya en el
habitual planteamiento de la narración clasicista del cine norteamericano sobre
el tema, a la manera de Soñé con África, de Hugh Hudson, con cuya línea
de expresión su filme ciertamente se emparenta bastante en el método
constructivo. Lo que hace entonces la
Link es fusionar de manera orgánica el discurso estructural
hollywoodense con la propensión introspectiva en el estudio de personajes
típica del cine europeo, consiguiendo una película que no sangra por tal
mixtura y antes bien se legitima en ella. En ningún lugar de África viene a ser
pues una de esas pocas cintas a las cuales les queda bien su propuesta de
integración de estilos, no resultando nada extraño por consiguiente que recibiera el Oscar de 2002 a la
Mejor Película Extranjera por voluntad de la conservadora
Academia, pero también 5 premios Lola en Alemania. Aunque, sea dicho claro, le
asegura más su trascendencia la parte europea del enfoque, porque no se
abstiene de continuar observando elementos morfológico-argumentales ya muy
trabajados a esta altura por los estadounidenses: el nativo Owuor, la relación
afectiva de la familia con el buen salvaje, el cierre de reconciliación y
embarazo...,añadidos a a la partitura academicista, el registro gráfico con el
Síndrome del National Geographic...
Link, proveniente de la prestigiosa Escuela de Munich
y contada entre las promesas de la nueva generación de directores germanos de inicios de siglo, consiguió con su adaptación de la novela autobiográfica de Stefanie Zweig un
interesante filme que más que de la guerra, habla con objetividad, sinceridad y
tino, despojado de sensiblería, de algunos de sus posibles efectos colaterales
como el éxodo, el rompimiento de vínculos afectivos, las duras experiencias de
aprendizaje en condiciones de existencia extrañas. De oportuna visión dados los
tiempos que corren.
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