jueves, 14 de agosto de 2014

El monstruo del río Han


Más que por haberse convertido en fenómeno taquillero del cine coreano (entre las pantallas más importantes del planeta ahora mismo), con cerca de quince millones de entradas vendidas; por arrasar en la entrega de los Premios al Cine de Corea de Sur durante 2006; o haber sido bautizada por un crítico de la tan leída como respetada por muchos entre quienes no me incluyo Variety como «la mejor película de monstruos de la historia» —aseveración pantagruélica que no tiene caso discutir por su absolutismo—, El huésped deviene ingente esfuerzo del realizador Bong Joon-ho por recuperar el hálito de la serie B del cine de terror y ciencia ficción de los años 50 y su poderosa carga de alegorías políticas.

La película de Bong  —aunque no con la fama de un Park Chan-wook o un Kim Ki-duk— , tampoco ningún desconocido, pues el creador de Los perros que ladran nunca muerden obtuvo la Concha de Plata y el Premio de la Crítica en San Sebastián 2003 por su aclamada Memorias de un asesino— constituye una sorprendente variación del género de terror en su decidida disposición a sortear el decálogo establecido para armar la secuencia en dicha variante fílmica: ni se apropia de la habitual edición trepidante de las cintas donde un monstruo persigue o es perseguido, ni le interesan los planos cortos que faciliten la aparición momentánea de la criatura, ni parece importarle un bledo mostrarnos al bicho en plena claridad (la secuencia inicial es un festín cinematográfico de luminosa policromía) y sea bien visto por el espectador de cola a boca. Por caso contrario, sí suele poner reparos a que la toma posterior se adivine, como sucede en los filmes de terror hollywoodenses. En el mundo narrativo Bong, casi nada sucede con arreglo a lo predecible.
No existe otro de ver a su filme sobre el monstruo de gigantescos tentáculos que asedia a Seúl sino como una combinación lúdica, desparpajante y hasta desmadrada a veces de suspenso, humor negro, comedia del absurdo, drama familiar y sátira política (inscrita sin embargo dentro de la tradición del cine fantástico en la vertiente kaiju, comenzada casi sesenta años atrás), más proclive a reformular códigos que a deglutirlos a la usanza predigerida. 
El huésped, la cual se burla de muchas cosas y entre éstas hasta de la presunta bonanza económico—social de los «tigres asiáticos», encuentra su punto de cocción dramática desde que la criatura huye a las alcantarillas del río Han con la niña de la familia Park en su garganta mastodóntica de molusco, dinosaurio y otras perlas.
Los Park nada tienen que ver con los padres protectores de Stuart Little; guardan más parecido con los de La pequeña señorita Sol: son disfuncionales, raritos a matar; de manera que la pérdida de la chiquilla opera como vector de unidad que los convocará a la cacería ¿y captura¿ de un monstruo sin ganas de dejar a muchos vivos en el intento.
La película es refocilante por el modo cómo transita de un instante de pesar familiar a un toque de vertiginosa desdramatización que puede venir por el giro más impensado, e incluso valerse hasta de claves de la comedia muda americana. Pero en lo que más se emparenta con el kaiju fundacional y el sentido alegórico de sus predecesoras de los 50 es en la ubicación argumental de la razón del surgimiento de la criatura. Si hace más de medio siglo los lagartos gigantes como Godzilla o las tarántulas asesinas y todo tipo de bichos extraordinarios generados por radiaciones nucleares u otras causa análogas representaban un grito de alerta en la pantalla sobre los peligros de la Guerra Fría y el posible resultado del encono entre las superpotencias norteamericana y soviética, El huésped está hablando en signos fílmicos de la intromisión estadounidense en la península coreana y los daños al medio ambiente que allí y en cualquier sitio del planeta la política de las administraciones yankis y su sistema corporativo puede acarrear. No en balde su guión parte de un hecho real acaecido en una base militar en Seúl hace siete años, cuando uno de los miembros del personal norteamericano obligó a un trabajador a arrojar desechos bélicos marcadamente tóxicos en las aguas del río Han, hoy un verdadero lecho negro de contaminación que fluye en el entramado capitalino coreano.
El huésped alude a esto, empero, sin cargar las tintas; y sin olvidar por un instante -pese a toda su carga añadida de valores- su claro propósito de convertirse en un producto de entretenimiento, el cual fue capaz incluso de competir de igual a igual en la taquilla con los tanques norteños, al punto de que Hollywood la puso en la lista negra de sus remakes.

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