Con larga incidencia en la temática
política a través de su historia, la cinematografía italiana ha sido escalpelo
con el cual el arte despegó la capa putrefacta de corrupciones y
contradicciones de la sociedad, lo cual llevó a su máxima expresión durante el
cine político de los sesenta y setenta, fundamentalmente de la mano de
directores como Francesco Rosi y Elio Petri.
Paolo Sorrentino, uno de los
realizadores fundamentales de la pantalla peninsular en la actualidad, se
inscribe a esa tradición mediante El Divo
(2008), su acercamiento no por satírico-farsesco menos realista al durante por siete
períodos primer ministro y por cinco presidente de la República, Giulio
Andreotti, la personalidad política más importante de la segunda mitad del
siglo XX en Italia.
La conformación del personaje, a
rango de guion y de interpretación, representa baza esencial de El Divo. El Andreotti
del filme, a la larga una persona solitaria, triste y dependiente de la
aprobación externa para su bienestar emocional pese al extraordinario poder que
tuvo, es, también, alguien extremadamente ambiguo, cínico, impredecible, inteligente,
refinado, culto, dueño de notable complejidad psicológica.
Entre el Giulio real y el
cinematográfico no parecen mediar muchas distancias, cuando uno se lee par de
monografías de este hombre. Sus estudiosos aseguran que él mismo contribuyó a
sembrar en el terreno mediático-literario ese perfil de ambigüedad que marcó su
proyección en la élite gubernamental italiana.
Las dobleces del sujeto, el anverso
y reverso de un tipo curioso donde los hubiera, son trasvasadas a la pantalla
de forma contundente por el actor Tonni Servillo, quien fragua al principal
representante del partido demócratacristiano como el astuto zorro de la
política que fue, alguien quien hizo del arte del escamoteo, las componendas
maquiavélicas, el halago y el azote política de Estado.
La gran periodista italiana Oriana
Fallacci escribió de Andreotti: “"Me da miedo, pero ¿por qué? Este hombre
me recibió con enorme cortesía, afectuosamente. Su ingenio me hizo reír a
mandíbula batiente. No me dio la impresión de ser peligroso. Con esos hombros
tan redondeados, como los de un niño. Con esas manos delicadas y largas, de
dedos blancos como velas. Siempre estaba a la defensiva. ¿A quién le da miedo
una persona enfermiza que se asusta de una tortuga? Tuvo que pasar mucho tiempo
para que me diese cuenta de que eran precisamente esas cosas las que me
asustaban. El verdadero poder no necesita arrogancia, ni una poblada barba ni una
voz aterradora. El verdadero poder te estrangula con lazos de seda, con encanto
e inteligencia".
La película escrita y dirigida por
Paolo Sorrentino se centra en los años ´90 y hace alusión a los juicios
entablados contra Andreotti por su presunta implicación con la mafia y la
supuesta orden del asesinato de un periodista, cargos de los cuales quedaría
absuelto, si bien las especulaciones sobre estos u otros hechos jamás se
acallaron en Italia.
Con independencia de su
irrenunciable carga factual, Sorrentino no filma en El Divo una obra panfletaria ni mucho menos adscrita a proclividad
documental. Todo lo cuenta aquí mediante un sabroso tono esperpéntico para el
cual mucho se ayuda en este aquí ratonil Servillo cuya interpretación del
personaje central vale todas las misas del Vaticano.
Sorrentino arma en fin en El Divo una tragicomedia deliciosa,
marcada por la fluidez del relato, la organicidad tonal de principio a fin, y
la capacidad para valerse de diversos resortes descondensatorios con el
propósito de aligerar la carga de los sucesos contados. Nada que ver, por
ejemplo, con las biografías presidenciales del director norteamericano Oliver
Stone a J.F.K, Nixon o Bush.
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