Calificada
injustamente por algunos críticos de “inextricable”, “grandilocuente”,
“pomposa”, “hermética”, Interestelar (Christopher
Nolan, 2014) no es nada de eso. Se trata de la obra más impresionante y de mayor
calado artístico emergida dentro del género de la ciencia-ficción desde los ya
lejanísimos tiempos de 2001, una odisea
del espacio (Stanley Kubrick, 1969), la cual queda reverenciada aquí.
Estreno de
la semana en Cuba, el último opus nolaniano constituye una parábola sobre el
destino de la humanidad y la voluntad en tanto palanca gravitatoria y el
sacrificio por amor como únicos resortes posibles camino a la salvación de la
especie.
Las
reflexiones del relato se sobreimpresionan en la base dialogística sustentadora
de la imagen y la secuencia, sin necesidad de la verbalización acostumbrada en
Hollywood cuando van a dar el sermón. Eso se agradece, como igual se precisan
palmas para el realizador por su decisión de tomar en sus manos cuanto era un
viejo proyecto de Steven Spielberg y para suerte nuestra el sensiblero cineasta
no cristalizó.
Hay
honestidad, sentido de la responsabilidad, temor ante el sinsentido capaz de
aniquilar el proyecto de futuro y el espacio vital de toda una raza en los
fotogramas surgidos del guion escrito por el propio Christopher junto a su
hermano Jonathan durante prolongado período de seis años e inspirado en las
teorías del cosmólogo Kip S. Thorne.
Filmada su
película merced a toneladas de talento e imaginación, en Interestelar el autor de Origen
(2010) configura otro escenario fantástico donde todo opera con arreglo a
la bestial capacidad de este señor para concebir ideas que caen en cascada
sobre otras y del tropel brotan universos de ensoñación creadora.
La
proverbial habilidad como narrador de Nolan permite que el metraje discurra sin
los presumibles socavones ritmáticos que pudieran haber lastrado un producto
camino a las tres horas de duración, bajo otra dirección.
El director
de Memento (2000) fundamenta una
propuesta cinematográfica cuya densidad conceptual podría hacer ascos a algún
tipo de receptor. Ahora bien, si el espectador asiente a compartir la
construcción de sentidos propuesta por Nolan dentro de las capas narrativas de
su polisémica e inquietante historia, se arrobará al placer de sucumbir ante
este posible diagrama de nosotros mismos cuando estemos a punto de que nos
quede nada y el polvo interestelar borre hasta las mismas fronteras de los días
y las noches.
Es esta
fantasía épica espacial una rara avis en el cine mainstream hoy, solo permisible -dada su rarísima condición de blockbuster de pensamiento- a creadores
como Nolan. Es congoja, grito de alerta, una suerte de último SOS antes del
patinazo final con el cual el firmante de El
caballero oscuro (2008) se suma al concierto de pensadores contemporáneos
que han reflexionado sobre los posibles destinos de la humanidad en la era del
cambio climático.
Interestelar deja su trazo sobre el celuloide de la década
con el paso seguro y trepidante de un dinosaurio que pareciera revivir en ese
nuevo planeta donde los cosmonautas buscarán la continuidad de la vida: una
vida que el propio hombre estaría a punto de hacer imposible en el universo de
sus ancestros, en la patria de unos recuerdos que ahora tendrá que construir,
desde cero, allende las galaxias y los universos conocidos.
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