El
tiempo, el deseo, el amor, el decurso de la vida, la forma en que la sutileza
cómo es enfocado un objetivo/proyecto puede reconfigurar su potencial resultado
y de qué raros modos la memoria afectiva
o las mismas emociones e ideas en torno a cómo debieron ser y no fueron las
cosas recolorean la dimensión real de los hechos vividos: o sea, en otras
palabras, varias de las recurrencias temáticas proclives a zigzaguear por los
relatos de Hong San-soo, son retomadas en su Ahora sí, antes no (2015).
Esta pieza
de orfebrería en clave minimal,
íntima, personal en derredor a una pareja (él, director de cine; ella, artista
visual) que se encuentra durante el escaso lapso de 24 horas en una localidad del interior de Corea del
Sur para, entre ambos, componer un posible bosquejo de las tantas sinfonías
cotidiano-románticas de la existencia, te suma a su historia y te sumerge en
ella, cual compañero de viaje de un trayecto donde la profunda sencillez de la
raza es fílmicamente trazada mediante la sencilla profundidad de saber contar
cine.
Hong
San-soo, entre los principales directores asiáticos del siglo en curso e
indudable maestro del cine coreano, versifica la poesía litúrgica del azar y, a
la manera de una canción de Serrat y Sabina, lo reviste de majestuosa entidad,
en antídoto idóneo contra la planimetría de los deseos y los anhelos
prefabricados.
Ahora sí, antes no es una delicada pieza
de orfebrería gestada por un cultor del arte de la filigrana, cuyas
confluencias con la anterior En otro país
(y bien visto, con casi toda su obra) no le resta ni pizca de su ínsito acto de
alumbramiento, en tanto nuevo parto de fe de un esteta de la fluencia
cinematográfica, los tempos, la cadencia. No hay peligro ante los pactos apurados de
muerte para la pantalla, mientras sigan existiendo realizadores como Hong
San-soo y películas como esta.
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