Aunque
sin los premios de The Affair, la
popularidad de Californication o la
urgencia social de Billions, Ray Donovan representa una de las series
más sólidas producidas por la cadena Showtime durante la década en curso. El material
creado por Ann Biderman es la
historia de vida del rudísimo tipo que la nombra, una suerte de delincuente o
matón de alto perfil especializado en resolver entuertos en los vip angelinos.
La obra
sobresale, a mi juicio, en virtud de dos elementos cardinales. Primero, merced
al delineado del personaje central, tras cuya rudeza subyace el turbión emotivo
taponado de un hombre que se casó con la proyección de sí mismo que quiso
establecer, aunque su procesión vaya por dentro. Ray camufla en alcohol,
mujeres, ese perfil “high macho” y su carácter (auto) destructivo el dolor por
haber sido abusado sexualmente en la infancia, cuita que lo acompaña en cada
momento de su amargada existencia y hecho que le indujo a protegerse, además, mediante
ese manto de silencio que lo circunda y le hace inextricable. Liev Schreiber labra
aquí el papel de su vida. El actor, como resulta común en estas series de
cierta autoría, también en otras, está detrás de la producción. Ray Donovan, la
serie y el personaje, son sus criaturas.
Segundo,
debido al tratamiento del conflicto filial entre Ray y su padre, Mike,
interpretado por Jon Voigth en el que también es el rol de su carrera. Ray y
Mike son dos bestias salvajes, pero con postulados éticos y definiciones
vitales diferentes, pese a ninguno ser
santo. Ray, quien no incurre en las bajezas morales del progenitor, no
le perdona los olvidos paternales de la infancia, que muy seguramente
condujeron al abuso a él y a su hermano menor por el cura pederasta. Este diferendo
total entre ambos genera varios de los momentos de mayor profundidad
psicológica y más espléndida base dramática del conflicto.
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