A la
manera de la serie The Newsroom
(Aaron Sorkin, HBO, 2012-2015), pero con un nivel de calado e intencionalidad
aun más notables, el filme En primera plana (Spotligth (Thomas
McCarthy, 2015, de estreno en Cuba) propugna, con vehemencia, un retorno a los
orígenes del gran periodismo norteamericano, ese que puso sobre el tapete el Watergate
y hoy se encuentra relegado, en virtud de la propagación constante de paquetes
noticiosos de impacto levantados súbitamente, sin confirmación en no pocos
casos, por orden directa de las corporaciones dueñas de los medios de
comunicación del país, en su batalla por audiencias, publicidad y el imposible
seguimiento de unas redes sociales que van por libre y sin la lógica base de
pensamiento de los órganos de prensa.
Spotligth
es el nombre del equipo reporteril especializado del periódico The Boston Globe encargado de
desarrollar la investigación periodística efectuada a lo largo del año 2002 en
torno a los 90 hechos de pederastia registrados por sacerdotes de esa ciudad
estadounidense, cuya publicación les condujo a los colegas a alcanzar el Premio
Pulitzer la temporada siguiente.
McCarthy
muestra su madera de guionista (Vías
cruzadas, Up, Ganamos todos, Visita inesperada), al estampar un modélico seguimiento de esa
odisea profesional, a través de una mirada directa, ascética, despojada de todo
cuanto pueda entorpecerle el rastreo de los bochornosos sucesos. Decantación estética
a través de la cual establece puentes de consanguinidad con dos emblemas del
subgénero como Network (Sidney Lumet,
1976) y Buenas noches y buena suerte
(George Clooney, 2005). Al modo de aquellas, el realizador y co-libretista no
se distrae en las vidas privadas de los reporteros ni en impostados romances, cual
la serie al inicio mencionada. A riesgo de aburrir a los espectadores profanos
-aquellos quienes ni conocen ni les interesa mucho el mundo de una redacción y la rutina de campo de los firmantes de diarios-,
lo suyo no va de los asuntos íntimos de sus personajes centrales, sino de
constatar, sin hojarascas, los procedimientos de cómo se construye la verdad periodística
desde el compromiso moral, la ética, la objetividad y un riguroso trabajo de
búsqueda que no solo precisa preocuparse del qué, sino además del cómo, del por
qué y del ¿quién está detrás?: pregunta a añadir siempre al famoso decálogo
piramidal del oficio, según parece sugerir la obra.
No en
balde, el editor del diario (interpretado por Liev Schreiber en la línea de sus
personajes contenidos) le dice al equipo Spotligth: “la gran historia suya no
radica en los curas como individuos, sino en la institución, la práctica y la
política. Deben apuntar contra los males del sistema”.
Desde Todos los hombres del presidente (Alan
J. Pakula, 1976), cuyas cartas náuticas el largometraje observa, para bien, en
su andadura a la mar del rodaje (si bien prescinde de la atmósfera amenazante
de aquella), el cine norteamericano no había estrenado una muestra del
subgénero de tamaña veracidad en el acercamiento a los entresijos del universo
del periodismo en la representación en pantalla. Tampoco de tanta valentía ni
énfasis en la crítica, cabría agregarse; no obstante todo dentro del rango
permitido, mucho tacto mediante. Ahí están las seis nominaciones al Oscar –y la
estatuilla al mejor filme y guion del año- para refrendarlo. La Academia no
premia a los díscolos.
En primera plana no es la obra maestra que algunos han
querido leer. Se trata, dudas no caben, de una apreciable cruza entre cine y
periodismo -cuyas últimas experiencias, al corte de La verdad (2016) han dejado
mucho que desear-, narrada con cierto conocimiento de causa (McCarthy incorporó
al personaje de un periodista en The Wire,
creada por el a su vez reportero David Simon) y merced a un sentido de
colocación de los subtextos provisto de esa claridad poco dada a habitar el
modelo de representación institucional gringo. Sin embargo, la puesta en
pantalla acusa un empaque academicista que resiente desde el continente al esencial
contenido, a lo cual se suma la tendencia de la fotografía a ángulos y planos
televisivos, incoherente dentro del tejido de una película de semejante envergadura,
de presupuesto (esta es la pieza menos indie de la filmografía del director, si
echamos a un lado Con la magia en los
zapatos) y poblada por un equipo de
estrellas como Rachel McAdams, Mark Ruffalo, Stanley Tucci, Brian d´Arcy James,
el referido Schreiber….
Otro
elemento, más de fondo este. El realizador, en un exceso de candidez al relatar
la historia, de vencedores momentáneos, de los colegas de The Boston Globe, se
atreve a apuntar -de hecho queda verbalizado-, que el periodismo posee la
capacidad intrínseca, la fuerza necesaria para vencer al sistema. Craso yerro.
El oficio, hoy día como nunca antes, está inexorablemente vinculado al sistema,
al poder en los Estados Unidos. Las entidades regentes de los medios cabildean
en Washington para conseguir sus propósitos y el pago es la difusión de su
agenda política en los medios. Se puede censurar una parte, pero nunca el todo.
Jamás fue tan grande la entelequia de la libertad de prensa. Aaron Sorkin, el
creador de The Newsroom, la serie
aludida al principio, lo tuvo mucho más claro que McCarthy, aun siendo aquella
una obra menor que Spotligth, pero para nada desdeñable.
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