Las flores engalanan el universo, le aportan alegría, vida, color, amor. También van aparejadas al ceremonial luctuoso. Ellas, que casi siempre son empleadas como regalo, para los vivos o para los muertos, merecen, cómo no, que les regalen una película. Y la maravillosa idea les correspondió a los realizadores vascos Jon Garaño y Jose Mari Goenaga en su filme Loreak (flores en euskera, idioma en el cual está rodada).
Estos cortometrajistas
debutantes en el largo mediante 80
Egunean, seis años atrás, componen ahora una pieza visual bendecida por ese
concepto hoy día casi imposible de hallar tras el eterno palimpsesto posmoderno,
que es la originalidad.
Muy difícil
de adscribir y menos de encorsetar dentro de determinado molde genérico, quizá
a cuanto más se acomode sea a una suerte de bizarro suspense donde no importe
tanto el misterio como las reacciones humanas con respecto a situaciones donde,
sin excepción, las maravillas botánicas de marras serán los verdaderos ejes
rectores de un relato que pende entre el retrato del dolor y de la pura
desolación; entre el abrazo a la memoria persistente en tanto único antídoto para
el olvido y creer, ante cualquier circunstancia, cual aptitud de vida.
Loreak (2014) es una película distinta, de esas que
no suelen fabricarse cada abril, filmada con una gran riqueza visual (sobresale
el trabajo con los fundidos, travellings y la diversidad de los primeros planos
y planos medios), el magnífico respaldo musical de Pascal Gaigne
y rotundo trabajo actoral. El cine español se prestigia gracias a proposiciones
semejantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario