Merced a la incontestable potestad creativa generada por la independencia, Louis C.K ha rubricado en su serie on demand Horace and Pete (2016) el más rabiosamente iconoclasta ejercicio de expresión audiovisual facturado en los pagos de la teleficción sajona de los tiempos recientes.
A lo
Lars von Trier en Dogville, el
comediante teatraliza la escena en un contexto de cerrado a íntimo, donde convergerán,
sin comulgar o haciéndolo, seres humanos tan diversos como la propia especie. Los
cuatros trastos ambientadores del bar regenteado por Horace (interpretado por
él) y su primo Pete (Steve Buscemi), únicos aderezos del prácticamente
invariable espacio de focalización del relato, son oyentes de diálogos harto improbables
en ninguna otra serie; ni del cable, ni mucho menos de las cadenas abiertas. Uno
de los primeros capítulos rompe con un monólogo de 23 minutos, en el cual la
hablante da cuenta de su ensoñación-relación erótica con su suegro de ¡84¡ años.
En la escena en la que Horace y su
hermana cancerosa (Edie Falco en versión hardcore
de Nurse Jackie) le aniquilan a Pete la
cita con la joven que conoció en internet resulta con toda seguridad lo más
lancinante, ríspido visto en el audiovisual norteamericano en mucho tiempo. La boda de Margot, de Baumbach, es
chocolate casero en comparación. Ciertas conversaciones entre los personajes
destilan tanta naturalidad que el espectador creería estar asistiendo a pasajes
cotidianos de la vida “real” de esos seres; pero no en plan Rohmer. Los “cuentos
morales” de Louis C.K portan más la desesperanza balzaciana de la “comedia
humana” y la desazón vitriólica vomitada por la generación Franzen, con un
toque suyo, muy personal, del que él solo tiene la fórmula.
No somos
malos, pero tampoco buenos, pareciera
repetir como un mantra, entre líneas, literalmente entre líneas de diálogo, el
creador de Louie. Horace and Pete
tiene algo de dicha serie, tan igualmente personal; de la ignorada Lucky Louie, y hasta de los shows de stand-up comedy que él ha vendido en la
red. No se trata de plato para todo tipo de comensales. Es una obra de
presuntas grandes disonancias; nada va aquí con arreglo al abc tradicional de
la puesta en escena, ni en lo formal ni en el discurso narrativo. Los capítulos
no tienen la misma duración, las escenas lo mismo pueden comenzar in media res que evolucionar o autoflagelarse
dramáticamente. Aunque Louis C.K de bastaste sitio actoral al magnífico Alan
Alda, a Buscemi, la Falco y hasta a una Jessica Lange invitada a este desmadre
con fondo sonoro de Paul Simon, sí el de Garfunkel, uno a ratos cree estar
viendo a su mismo Louie aquí, que a la larga es la representación de sí mismo o
si no tanto lo más parecida que pueda existir.
Horace and Pete rezuma una inefable
mixtura de picardía con tristeza, de sarcasmo con ternura infantil, de dolor
con desenfado. A mí me ha subyugado, y eso me hace perdonarle sus presuntas
faltas: salidas de tono, incongruencias entre las escenas, su absoluta falta de
preocupación por la “limpieza” formal, tanta cháchara sobre lo “intrascendente”,
esos arrebatos generadores de náuseas, sus abundantísimos instantes incómodos, esa
bilis sobre la mesa…, en fin, la serie.
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