I am Wrath (Chuck Russell, 2016) pone a John
Travolta en el mismo plano de Nicolas Cage. Descender de Pulp Fiction, Contracara (junto
a Nicolas, por cierto) y De París con
amor a esto es como para comparar su plan de escogencias con el sobrino
lerdo de Coppola, quien se precipitó en caída boba, no libre, de Adiós a Las Vegas y Teniente corrupto a The Trust
y el resto de las infamias que suele protagonizar desde hace bastante
tiempo. De hecho, esta bazofia iba concebida, de forma original, para Cage y
fue realizada hasta por su misma productora.
Si cambiásemos
los automóviles, vestuario, look y actor
principal, por un trecho del largometraje se pensaría estar viendo El vengador
anónimo (Death Wish, dirigido por
Michael Winner), aquel setentero seminal filme de justicieros urbanos por su
cuenta al servicio de Charles Bronson, aunque mil veces peor el del director de La máscara y
sin portar ya nada del aliento de novedad de El vengador... en su momento.
I am Wrath es la historia de Stanley (John), un
buen padre de familia, a quien unos delincuentes le asesinan a la esposa. Detrás
hay un complot político, narcotráfico y corrupción policial. No obstante, todo se
inserta de modo cosmético, muy ligth,
sin ápice de filípica ni de despotrique contra nada, puesto que aquí la cosa va
de filmar, pegar y vender. Stanley tiene tanto entrenamiento como Liam Neeson o
Bruce Willis porque, of course,
perteneció a un cuerpo de élite. Un viejo compañero de su época de agente
secreto le ayuda y, poco a poco, el viejo bailarín de Fiebre del sábado por la noche y Vaselina defenestra a la tralla. Venganza total.
La película
es tan angustiosamente cansina y predecible que cualquier adolescente puede
dibujar la próxima escena, el desarrollo y el epílogo en su mente, sin el
mínimo esfuerzo y texteando en su celular. No hay por donde ponderarle algo,
por mucho esfuerzo hagamos.
Desafortunadamente
este cine cuenta con sus seguidores y el imaginario del norteamericano promedio
es afín a permitir su regeneración 42 años después de El vengador anónimo, dado el alto índice criminal de sus grandes
ciudades, la historia de violencia de esa nación, el elevado valor concedido a las armas y el dinero que
pone la Asociación Nacional del Rifle, una de las corporaciones más poderosas
allí, para financiar abierta o veladamente este tipo de materiales acorde con
su ideología de “autodefensa”.
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