jueves, 1 de diciembre de 2016

Mi hermano Fidel, inolvidable documental de Santiago Álvarez



El niño guantanamero Salustiano Leyva tenía once años cuando vio a José Martí, al arribo del patriota a Playitas de Cajobabo, el 11 de abril de 1895. Fue testigo de uno de los momentos gloriosos de la historia de Cuba en el siglo XIX. Vivió con esa gloria.

El Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, visitó a Salustiano en 1976, hace justo cuarenta años. Santiago Álvarez, el principal registrador audiovisual de la Revolución Cubana y uno de los documentalistas más importantes del siglo XX en el mundo,  trasuntó ese encuentro a material fílmico estrenado un año después, el cual la televisión cubana ha transmitido en muchas ocasiones y retoma durante estos días de duelo nacional por la muerte de nuestro líder histórico.

El documental de 16 minutos Mi hermano Fidel refleja el intercambio del anciano oriental y el Comandante, a la sazón en plena ebullición de sus facultades y con su afán natural de preguntar, dialogar, conocer. Salustiano, desprovisto de parte de sus sentidos, no tiene en mente de que contesta las preguntas del más grande continuador del ideario martiano. Tal aspecto confiere a la cinta mayor singularidad.
Se trata de una entrañable pieza audiovisual filmada durante los momentos postreros del rodaje de La guerra necesaria, amplio trabajo presentado cuatro años después del estreno de Mi hermano Fidel.

El filme, con un equipo técnico detrás realmente impresionante, fue coescrito entre Santiago y Rebeca Chávez. La fotografía correspondió a Iván Nápoles y Raúl Pérez Ureta. Leo Brower ejecutó su música y la edición corrió a cargo de Miriam Talavera. Lo produjo Mario Canals.

Es muy saludable la reposición de este u otros materiales que muestran a las nuevas generaciones de espectadores las múltiples dimensiones del Comandante en Jefe, el mismo quien retornó a volvió a Playita de Cajobabo el 11 de abril de 1995 para rendir homenaje a José Martí en el centenario del desembarco y, muy próximo a las 10 y 30 de la noche, hizo ondear allí la bandera cubana, en imagen inmarcesible refrendada para la posteridad.

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