sábado, 18 de abril de 2020

La llama encendida por Sanders


No suele hablarse de los derrotados; menos los de una contienda electoral, pues se supone que ya ninguna relación tendrán con el futuro político inmediato. Pero Bernie Sanders, que contradice esto último, sí merece un comentario.


No obstante la permanente fusta de la opinión mediática estadounidense arriba de su espalda, el candidato demócrata no era exactamente un socialista en el sentido cubano u oriental, ni muchísimo menos un comunista. Pero vivir en un escenario macartista, xenófobo e intolerante genera tales conjeturas, atizadas por la maquinaria de propaganda trumpista.

Sus posiciones respecto al gobierno de Venezuela diferían de lo que podría llamarse una postura  sensata (muy pocos la tienen en su país) y, a la larga, de vencer y lograr la presidencia, iba a ser un hombre del sistema, porque el sistema no permite eslabones independientes.

Pero lo anterior no quiere decir que con Bernie Sanders a la cabeza, la administración estadounidense no iba a dar un giro señalado en su política exterior e interna. Sí lo haría, de maneras que no resulta posible imaginar, menos ahora, pero de forma ostensible.

Más allá de nuestras diferencias ideológicas consigo, a fuer de sinceros hemos de reconocer todos que este señor es una persona digna, honesta, realmente preocupada por los destinos de su país y del mundo. Un ser humano probo, ajeno a las mezquindades políticas típicas de los Estados Unidos, sabedor de los principales problemas de nuestro tiempo, advertido del inconmensurable papel de la juventud y reacio a mantener varias formas de exclusión social reinantes en su nación.

Representa, en altura moral, principios éticos, conocimientos políticos y cultura, el extremo opuesto de la persona al frente de su país hoy.

Por si fuera poco, Sanders constituye uno de los muy contados políticos norteamericanos en reconocer, públicamente, logros de la Revolución Cubana.

Transformó algunas reglas del juego en la maquinaria interna eleccionaria y dio energía a grandes grupos de nuevos votantes: los jóvenes, quienes apostaron por defender las aspiraciones del aspirante. En dicha fuerza se deposita la esperanza mayor, en el fortalecimiento de esa masa juvenil que en número sorprendente respalda la vía del socialismo estriba la importancia histórica de la personalidad estadounidense.

Encendió una llama dentro de una franja que es actor fundamental de cambio y le hizo pensar que otro mundo es posible, a despecho de cuanto siempre les enseñaron a estos jóvenes en sus escuelas desde la infancia.

Esta campaña sí, pero fundamentalmente el más de medio siglo de carrera política suya, atestigua que, incluso en ese planeta aparte que es los Estados Unidos, un político puede ser consecuente, consigo mismo y para con los suyos. Coherente, ahora solo verbalizó lo pensado y sostenido por décadas en su línea de acción: "transformar nuestro país y crear un gobierno basado en los principios de la justicia económica, social, racial y ambiental".

En algunos costados de su discurso (los temas de igualdad social, redistribución de las riquezas, salud para todos, universidades gratuitas) Sanders era, de cierto, un adelantado dentro del contexto de los Estados Unidos, al punto que no sería apurado señalar que ese país aún no estaba preparado para un hombre semejante.

No lo estaba, porque es un territorio donde la opinión está en extremo manipulada por un poderoso aparato que marca las pautas del pensamiento, donde priman los intereses minoritarios, la ley del mercado, el criterio de los magnates y la desigualdad social más lacerante, todo esto remarcado ahora en medio del coronavirus, cuando caen como moscas negros e hispanos, los más desfavorecidos por el sistema.

No obstante su impronta social y logros, la dirección del Partido Demócrata lo abominaba; e, igual que en 2016, Sanders no recibió el mismo tratamiento que su caballo ganador, entonces Hillary Clinton y ahora Joe Biden.

Ojalá no hayan vuelto a equivocarse y su opción sea reducida a nada en noviembre. De suceder esto, los Estados Unidos, el planeta todo, pero especialmente algunos países de América Latina entre los cuales no encontramos estaríamos abocados a experimentar en la práctica las expresiones de la consolidación total de un gobierno al arbitrio de alucinados, gente que lleva a grado extremo el irracional concepto del “excepcionalismo”, que va contra todas las banderas de la cordura y las normas internacionales y a la cual solo le interesa mantener tanto el poderío militar como la preeminencia económica de su imperio.
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