El arte no conoce de diques contendores, porque lo impulsa un intelecto libre que bebe de la soberanía de acción y evolución espiritual regalada por siglos, sedimentada en las mentes y manos de sus artífices. Hablar de frenos en comarca tal, pues, podría equivaler a fórceps que no permitirían la libre fluencia de la voz narrativa, poética, pictórica, fílmica… de los autores.
Sin embargo, algo muy diferente a la libertad de crear, de disponer del material que se tiene ante sí como la arcilla que ha de configurarse a estricto criterio propio, es perjudicar una obra a través de cargas extremas, fardos que no le corresponden y por consecuencia le resultan muy pesados de levantar: cuanto a la postre solo contribuye a lastimarla.
Y eso, tanto en la ficción fílmica como en la serial, tiende a manifestarse, entre otras vías, a través de ese subrayado extra -de tal doblemente innecesario-, que algunos guionistas y realizadores imprimen a sus universos dramáticos. Sería un caso próximo, en la teleficción, el de la miniserie de HBO La innegable verdad (I Know This Much is True, 2020), tan herida de sí misma.
Otro ejemplo reciente, este en territorio del cine, es la película checa El pájaro pintado (2019), en torno a la cual la sección se interesa hoy.
El célebre libro homónimo que el escritor polaco Jerzy Kosinski (nacionalizado norteamericano) publicara hace 55 años es trasladado por Václav Marhoul a un largometraje de casi tres horas, donde el vector sufrimiento extremo marca toda la dimensión del relato. Por ende, no habrá espacio aquí, siquiera mínimo, parar airear la trama al abrir otras ventanas tonales, ni para dar luz a costados psicológicos del personaje central (un niño judío huérfano, deambulante por las aldeas de la Europa del Este de finales de la II Guerra Mundial) que lo permitan asimilar desde todos sus ángulos humanos.
Sí, es obvio, el pequeño tiene motivos para el dolor y el contexto histórico tampoco lo ayuda, pero es que Marhoul (lejano al proceder de Elem Klimov en la magistral película soviética de 1985 Ven y mira, de tema similar) no posibilita un respiradero a lo largo de 170 minutos. Si al chiquillo no lo están vejando o infligiéndole un castigo en algún momento, estará presenciando entonces atrocidades inenarrables. Las dificultades del benjamín son tantas, tan macabras e inesperadas en determinados casos, además de tan continuadas, que en cierto momento lo visto en la pantalla adquiere tintes abierta e injustificadamente sádicos.
De forma más agobiante aun, ese sufrimiento es estilizado en los fotogramas de una película que pareciera complacerse en las desgarraduras de un escenario histórico para blasonar su continente, esto es la exquisitez de sus formas plasmadas en un blanco y negro tan funcional como desolador.
En el Festival de Toronto varios críticos abandonaron la exhibición del filme. Aunque yo no hubiera hecho lo mismo, créanme que los comprendo. No obstante, por otro lado, resulta lastimoso semejante derrotero de El pájaro pintado, porque aquí había material literario, ingenio visual, habilidades narrativas y peso dramático para componer una gran película, la gran película que mereció ser (e incluso por segmentos asoma) y no fue debido al factor exceso.
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