La tiranía de lo políticamente correcto, infección de nuestros tiempos que ojalá algún día olvidemos como el reguetón, impide que los títulos semejantes a Dos completos desconocidos (Two Distant Strangers, 2020) reciban la más leve reconvención crítica.
El filme dirigido por Travon Free y Martin Desmond Roe va del racismo sistémico, la persecución institucionalizada al negro en la sociedad norteamericana, la violencia policial contra dicha raza y la imposibilidad de tales personas de vivir de forma apacible en la nación más rica y menos democrática del mundo: los Estados Unidos. Mi proyección ideológica me haría reventar palmas por un material fílmico donde, además, se invoca directamente a George Floyd y cierran créditos con nombres de afroamericanos asesinados por los cuerpos represivos. Pero mi foco rojo crítico, alimentado al calor de cuarenta años viendo cine, me impide aplaudir, en lo artístico, al Oscar al Mejor Cortometraje en la última edición de los lauros.
Aunque en las decenas de reseñas publicadas en los principales medios norteamericanos que he leído la palabra subrayado no aparece en ninguna, Dos completos desconocidos constituye una pieza paradigmática del uso y abuso del subrayado. En apenas media hora de metraje plantean, recalcan, remarcan y vuelven a enfatizar en un concepto que no por real e inobjetable (haga cuanto haga, de cuanta forma lo haga, el negro siempre ha sido, es y será, a juicio de la policía blanca y del propio sistema norteamericano, el pedazo de basura que debe aplastarse) requiere un planteamiento tan agobiantemente sobreexpuesto, tan cansinamente remachado.
El cine mayor encuentra en las llaves de la sugerencia, la alusión y la polisemia la apertura a universos capaces de penetrar en la mente del espectador, sin necesidad de taladrarle el cerebro con una idea única. Alguien podría exponer que ahora, cuando los afroestadounidenses continúan muriendo a mansalva a manos de la policía, no es el momento de lo anterior, sino de manifestarse con claridad. Y no le faltaría razón, mas solo a medias. La ficción se mueve en coordenadas distintas a lo documental; aquí han de trabajarse otros resortes y eludirse cualquier sesgo conducente a la manipulación panfletaria o el didactismo exacerbado, cual es el caso de este corto. Levantado, sí, por la edición, a la hora de concretar su a estas fechas nada original re-asunción argumental de El día de la marmota (Harold Ramis, 1993) en clave agendista.
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