domingo, 10 de abril de 2022

El caso Hartung, solvente miniserie danesa

 


Las naciones nórdicas han mostrado, en cuanto va de siglo, una de las teleficciones más atrayentes del planeta; confirmado ello sobre todo en virtud de las premisas argumentales, comentarios sociales, vinculación del elemento natural a las tramas, interpretaciones y tonos empleados en series que pendulan, en lo genérico, del drama político al policial, del fantástico al thriller, del deportivo al relato de contexto educacional…

 

Específicamente de Dinamarca provienen varios de los títulos clásicos de la teleserie nórdica, como la seminal El puente o la archicitada Borgen. La industria nacional de este formato ha encontrado en el emporio estadounidense Netflix una palanca de apoyo sin comparación para expandir la difusión mundial de sus materiales, alianza surgida mediante la post apocalíptica The Rain y que consolida su tercera propuesta a través de El caso Hartung (2021), finalizada en la televisión cubana.

 

Expresión catódica de lo dado en llamar nordic noir o género negro nórdico, la miniserie de seis episodios posee como baza de arranque su basamento en la mundialmente leída obra literaria homónima del escritor y guionista Soren Sveistrup, entre los precursores de dicho fenómeno cultural y ducho en la extrapolación del género a la pantalla, al ser el autor de otra alabada serie danesa como -la en esta comarca precursora Forbrydelsen-, de 2007, y además coguionista de El caso Hartung.

 

La matriz literaria de la pieza televisiva transmitida en Cuba (también conocida por El hombre de castañas) se advierte merced a la densidad de una narración vigorosa, con varias capas de sentidos superpuestas hasta el desenlace de un conflicto expuesto, encauzado y resuelto mediante solvencia narrativa, coherencia dramatúrgica, unos tonos oscuros que singularizan y tornan subyugante al relato e interpretaciones sólidas como la de Danica Curcic en el rol central de la detective Naia Thulin.

 

La Curcic, actriz serbio-danesa también protagonista de Equinoccio, segunda serie danesa de Netflix, incorpora a su composición un poso de dolor y un aura de tristeza, justificados como apreciará el televidente, que confieren entidad o cuando menos legitimidad dramática a un personaje cuya identificación con los hechos investigados halla bases explicativas en circunstancias de su propia existencia, tan rota como la del agente que la acompaña.

 

Naia y su compañero Mark Hess (Mikkel Boe Folsgaard, de The Rain) investigan la desaparición y presunto crimen de la hija de la ministra de Asuntos Sociales, Rosa Hartung, hecho al cual se vinculan otros asesinatos de madres jóvenes, los cuales en cada uno de los casos guardan como botón de enlace singulares muñecos con figuras de hombrecillos de castañas conectados a la escena del crimen.

 

A El caso Hartung lo levanta -mucho más que una trama que, aunque bien articulada, no deja de ser convencional en un género además tan codificado-, algo ya casi inherente a este tipo de materiales telefictivos oriundos de Dinamarca, Suecia, Noruega e Islandia: el máximo aprovechamiento del entorno natural, rentable aquí tanto para configurar esas atmósferas lúgubres, frías que tan bien le sientan, como para goce de la fotografía desde la misma cabecera y esas maravillosas tomas aéreas de bosques otoñales.

 

Durante la última franja de 2021 esta serie concitó multitud de elogios a escala planetaria, probablemente demasiados. Aunque tal variante no resulta usual en las producciones originales de o para Netflix, en este caso debieron acogerse al formato británico de la miniserie de cuatro o a lo sumo cinco episodios.

 

Peinarla a cuatro capítulos le hubiera aportado mayor efectividad a El caso Hartung, además de restarle algo de la ralentización observada al promediar un metraje general de 300 minutos. No obstante, con seis y todo, la propuesta continúa siendo digna, de correcta factura, encomiables valores de producción, visualmente arrobadora por momentos. Pero no más que eso; subirle un peldaño jerárquico sería engañarnos y engañarlos.

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