jueves, 7 de diciembre de 2017

Around the Bend: road-movie intergeneracional



La fundacional Thelma y Louise, de Ridley Scott, marcó el camino de las películas de “búsquedas existenciales en la carretera”. Y aunque lo anterior pueda parecer sartreano o acaso solemne, el cine a veces lo asume con un buen tilín de sorna o mala leche -sería, un caso, verbigracia, la antológica A propósito de Schmidt-, que por suerte aligera la carga dramática de estas catarsis emocionales vomitadas sobre cuatro ruedas. Historias de pechos descubiertos, en ocasiones distantes de los modos de decir predominantes en el cine norteamericano, a resultas de lo cual algunos de los road-movies facturados allí saben a algo así parecido a lo forzado.


Es cuanto de algún modo sucede con Around the Bend, de 2004. El debut de Jordan Roberts en la realización, rodado por la división artística de una de los majors o grandes estudios, alberga nobles intenciones y una idea clave en tiempos de desintegración familiar: la unidad de eso que no por gusto Marx, y la Iglesia, denominan como célula madre de la sociedad.

Around the Bend parte de un conflicto dramático sembrado en pantalla a partir de la muerte del patriarca de tres generaciones de varones, y el subsecuente deseo testamental del viejo de que sea enterrado de una forma tan extraña y prolongada de conseguir, que en realidad pretende lograr otra cosa: que su nieto y su hijo se reconcilien tras un largo viaje por las carreteras perdidas en el vientre de eso llamado la “América profunda”.

La intención es válida, no importa cuántas películas mejores se hayan dirigido a tal enrumbe. Lo que pasa es que se falla de entrada en lo relativo a la conformación de algo tan crucial a los empeños de este tipo de cine como el casting. Pese a ser, por separados, tres buenos actores, Michael Caine (en el rol del abuelo moribundo); Josh Lucas (su nieto) y Christophen Walken (el padre que abandonó a este último, recién nacido y medio lisiado), el trío, visto en conjunto, no luce bien del todo.

Walken no puede quitarse aquí ese hálito fantasmagórico que lo ha acompañado por décadas y a algunos hace confundir con un ser transportado de otra dimensión, lo cual en verdad daña mucho a la película. Si bien tras el personaje hay un acertijo a descubrir en pos de la salida dramática del filme, él abusa de su talante de misterio y actor freak o raro. Nada que ver con Lucas y Caine; de modo que parece la familia menos familia del desierto americano.

El cierre argumental resulta tan tremebundo como exagerado, y el desarrollo de la historia, predecible. Sin embargo, la película está envuelta en un aire de nobleza que concita el interés. En ciertos pasajes se llega a compartir los sufrimientos, las cuitas inaflorables de sus personajes. E incluso a comprender sus inesperadas reacciones. Después de todo, no debe perderse de vista que, aunque primerizo, Jordan Roberts ya sabía narrar a la altura del estreno del largometraje y fue uno de los guionistas de un excelente relato noir de la guisa de Road to Perdition.

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