Fábula inicia su andadura en el circuito de estrenos a partir de este jueves 2 de febrero
A los 5 minutos, 53 segundos de Fábula, Cecilia le dice a Arturo: “yo cobro por hora”. O sea, la linda nenita vive la vida como las chicas de Godard; es prostituta, aquí y en Afganistán. El ronroneo sentimental del estudiante universitario con dicha muchacha -el par de jóvenes personajes centrales de Fábula (Lester Hamlet, 2011)-, había iniciado maravillosamente, escaso tiempo atrás, en una biblioteca donde él acude por fines docentes y ella, digamos que humanos. Si bien Julia, el personaje destinatario de los libros procurados por Ceci, nunca queda definido del todo, para convertirse en uno de los elementos accesorios de este irregular drama cubano, premiado, no imagino cómo ni por qué ni bajo cual nivel de ebriedad, por el jurado del Festival de La Habana: un evento el cual ya no sorprende por algunos de sus angustiosos veredictos.
Cuando la niña le espeta a Arturito que hay peaje para la entrada a su entrepierna, el nene ni se inmuta, pese a que él no proviene de ese mundo sórdido donde el sexo -no le digamos amor, porque tal operación de trueque nunca lo será, por más que algunos mensajes seudoartísticos intenten trastocar esencias inmarcesibles, con independencia al arribo de cualquier estadio del “progreso”- se tarifa. Sí, estamos en el siglo XXI, el cielo se va a caer y el rey lo debe saber, somos súbditos (también en buena parte del cine actual) del virreinato de lo “políticamente correcto”, sienta bien como nunca en la historia de la pantalla el “buenrollismo”, la “pinta progre”, el “espíritu Glee”, no juzgar y recordar la parábola bíblica de la primera piedra. Pero ¡recórcholis¡, a Artie aquello ni fu ni fa. Por el contrario, embobecido consigo desde el primer instante, hasta le pide disculpas por un chiste de lejanamente posible efecto hiriente (¡ay, que cuidado de no lastimar a ningún grupo social, así seas puta¡) y cuenta los 12 dólares que lleva en su bolsillito estudiantil para pagarle.
Tal personaje central masculino, por intermedio de un off del todo prescindible, cuenta a continuación al narratario que “está enamorado”. A los 7 minutos y 39 segundos, él le pregunta a ella si, en medio de la brega, “no tiene alguien fijo”. Dio en el blanco. Se nombra Paolo, y por supuesto es de la tierra de los hombres de Berlusconi, parte de cuya libidinosidad ha sido bien descargada en estas tierras “descubiertas” por un marino genovés. En la franja del metraje que adviene a seguidas discurren los momentos rescatables del relato. Más allá de las diferencias entre ambos, van fomentando, a base de instantes de comunión y entrega, las columnas de un enlace sexual sí, pero también sentimental. Quitando las tomas videocliperas de malecón, pelos despeinados al viento, caminatas callejeras al estilo Laura Pausini y algún desborde sensiblero corte El diario de Noa, por instantes remite al bello cuan difícil romance de Personal Belongings. A través de dicha recta, la película “se va sola” e incluso posee algunas escenas cautivantes, motivadas en buena medida por la fabulosa banda sonora de respaldo, como por la presencia en pantalla de la actriz Alicia Hechavarría. Carlos Luis González tendrá tiempo para comprender que no siempre “naturalidad” significa buena actuación.
La dramaturgia exige el conflicto. Ninguno de los padres respectivos los quiere metidos en casa. La madre de él pretende que se vaya para EUA con sus tías; no obstante ni el muchacho ni su pareja desean abandonar Cuba. Embarazo, nacimiento, hogares separados. Aunque lo de los amantes es incombustible. Arturo, quien hace honor a su nombre, es guerrero. Vende artesanías a los turistas; luego cartulinas, dibujos suyos. Gana su platica y alquilan sitio donde cohabitar. Antes, entre col y col, algunos viñetazos de “color local”. Al minuto 36 ridiculizan a un policía, vean paño entre los galones el agente, por “pasarse” con Cecilita en su tarea de hacer la calle, al venir a intentar sacarla de rejas su amor. Ella dice que “no estaba haciendo nada. Eso es un abuso de ellos”. Diálogo tan predecible ni en Dora la Exploradora.
Con la casa parecería que desaparecen los problemas. No, algo enrarece la atmósfera afectiva. Cecilia vuelve a verse con Paolo, quien retornó a la isla. Al minuto 64 Arturo confirma el engaño. Uno después ella lo admite, pero le dice que él le gusta más que el extranjero. Toda lógica indicaría, pues, descartar la anterior relación. No otra vez. Perro huevero…, la Ceci va donde el peninsular e importa hasta los portarretratos familiares a la mansión de Pao, aficionado no solo a comprar mujeres sino también obras artísticas criollas. En una de sus marchanterías le gusta un singular cuadro del cubanito de Cecilia y lleva a este a la casa de ambos. Arturito se queda de una pieza. Se pone tan blanco como el sargento Nicholas Brody en el último capítulo de la serie Homeland, Globo del Oro del Año. De súbito la lividez transfórmase en furia y en ardor sexual, de una forma que ni mil clases de Freud explicarían. Sodomiza a Paolito en el minuto 73, quien le “descarga” con gusto a todo. Por un momento creo que esto va de venganza, porque se lo echa por el rostro al 74 de forma harto procaz a la Ceci, quien se lo toma de un modo soezmente pragmático, sin dejar de escoger sus frijoles negros. No, por tercera vez. Sin justificaciones narrativas, sustentos dramatúrgicos puestos sobre la escena (no colegidos), a partir de una aglomeración absoluta de rupturas tonales, esto adopta la configuración dramática de una relación trilateral bicontinental. Nadie puede impugnar aquí el hecho solidario. Se forma al m. 78 un ménage à trois, clonado, y tan ridículo como su copia-base, de Afinidades. Ganas de sexo entre tres embisten en Fábula. No es la canción de Polito Ibáñez, sino su materialización total el conejo que corre bajo la manga, no de Updike, sino del largometraje, en su tramo final. El vencedor se lo lleva todo, ¡viva Abba¡ Paolo, muy colonialistamente, agarra a la mujer, al arte y hasta al macho varón masculino cubano. Caramba, cuando más arregladitos estaban los nacionales, con su dinerito, la vivienda. Pero vamos, los euros valen más que el CUC.
Al minuto 79, melindrosísimos planos de carantoñas entre Artie y Pao, con piano, música clásica, vinos, risas, armonía completa, dan ganas de poner pies en polvorosa. ¡Estas tres almas han encontrado la Felicidad¡. Si en O´Globo hubiesen visto la escena cuando rodaba su culebrón homónimo se derretirían. Y la gente de Microsoft habría cambiado su fondo de escritorio de la meseta verde con el cielo azul detrás. No obstante, es imposible huir; debemos ser estoicos. Hay más. Se precisan nuevos conflictos. De vuelta a la península con forma de bota, el salaz foráneo sufre un accidente aéreo. Él es uno de los 236 pasajeros del fatídico viaje. Ceci llora desconsoladamente a la tercera punta, perdida, del triángulo intersexual e interclasista. Y el final, de vuelta al círculo, sin ser esto Panahi. La guagüita, las manitos, ellos se seguirán viendo y queriendo. Al fin el Fin, Rumpelstikin. Y yo, que en algunas noches se me monta el Benny, conocí la paz. No sufría tanto con una película cubana desde Patakín, Un paraíso bajo las estrellas, Roble de olor y Camino al Edén.
Paso de Fábula, del “buenrollismo”, del todo vale y de muchos ismos, incluidos el colonialismo cerval del espíritu, a la postre el real protagonista de esta cinta. Díganme conservador, anticuado; quizá lo sea. Ya rebaso los 40. Aunque algo llamado “olfato fílmico” es una de las cosas que mantengo bien derecha en mi izquierda vía de entender el mundo. También el cine.
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