El estreno nacional de la semana, el thriller Buscando justicia (Seeking Justice, 2011), debe provocar cierta congoja a la ciudad cinéfila. El primer arranque nostálgico-penoso provendría del hecho de que su director, el australiano Roger Donaldson, fue capaz de componer en Hollywood uno de los más redondos exponentes del género: Sin salida (1987) con Gene Hackman y Kevin Costner. Quizá casi ningún jovenzuelo -cuyas predilecciones mueven los molinos de la industria- lo conozca, pero los ejecutivos, aquellos moguls del show business retratados por Elia Kazan en El último magnate, sí.
El segundo derivaría del olvido absoluto de Nicolas Cage de que alguna vez en su carrera a él le preocupó de veras el Cine. Eso fue, once upon a time, durante los tiempos lejanos de Corazón salvaje (David Lynch, 1990; o Adiós a Las Vegas (Mike Figgis, 1995), en la cual compuso a uno de los mejor configurados dipsómanos de la historia del séptimo arte.
Sin embargo -y pese a que el alemán Werner Herzog intentó sacarlo del bache en 2009 mediante el magnífico remake del realizador al Teniente Corrupto de Abel Ferrara, como ya antes lo hicieran el mismísimo Scorsese justo década atrás en Vidas al límite y Spike Jonze en El ladrón de orquídeas, hacia 2002-, hubo un punto del camino donde el sobrino de Coppola perdió su rumbo, evaporó entusiasmo, irrespetó el arte de la actuación y se dejó vencer irremisiblemente por el poderoso caballero Don Dinero. Vengan billetes, dijo Nick, y vayan las obras de autor a la hostia.
La culpa de esto la tuvo, sin quererlo, un notable realizador chino llamado John Woo; junto al estadounidense Michael Bay. El creador de Acantilado rojo contrató al viejo Nicolas y a su tocayo Travolta para realizar la que este crítico siempre ha considerado como inigualable action movie de los ´90 en EUA: Contracara (1997). El filme alcanzó gran recepción de público; la gente no se equivocó, valía su peso en diamante cada uno de sus 24 fotogramas por segundo. El actor de Trespass amasó un dineral, quizá creyó que todas las películas de acción iban a ser similares a Contracara, con los mismos directores y semejante respeto de la crítica. Cayó en la trampa. Su alianza con Bay, con quien filmara previamente La roca (1996), u otros muy rentables palomiteros provocó que el hombre comenzara a rodar a velocidad vertiginosa infinidad de porquerías (Convictos en el aire, 60 segundos, Hombre de familia, El tesoro nacional, Peligro en Bangkok, El motorista fantasma, Infierno al volante, Cacería de brujas), para alcanzar el despropósito total en bodrios de concurso como Aprendiz de brujo donde sobrepasa lo peor jamás imaginado.
Buscando justicia no es lo más malo de ese bombardeo comercialista. Tampoco lo mejor. Colócase en plano intermedio, cercana a Next o Knowing, sin superar la última. La cosa va, cual el título indica, de venganza. Su personaje, Will Gerarld, es un profesor escolar de Nueva Orleáns cuya esposa Laura, violonchelista, es violada e internada en un hospital a causa de dicha fuerte agresión. Allí le llega a su marido un tipo interpretado por Guy Pearce, el actor australiano de Memento y El discurso del rey, quien le propone despacharse al victimario, mas solo si después el profe estuviese dispuesto a prestarle cierto favor en un momento dado. Ecos de tal idea fueron tomados sin pagar dos euros por el guionista Robert Tannen de una teleserie española titulada Los simuladores.
En la desesperación por ver a su belleza rubia (January Jones, la enigmática rubia esposa del inefable Don Drapper en Mad Men) en cama y amoratada, el inquirido asiente. Cualquiera lo haría. En minutos le entregan la foto del violador ultimado. Nota al aire: El criminal es blanco, para que no acusen al filme de racista, si bien en esta urbe predomina la población afroamericana. Otra prueba más del reinado de lo “políticamente correcto” en Norteamérica. A los seis meses, cuando ya Will creía olvidado el asunto, su “redentor” lo convoca. Se trata la del insospechado visitante, en apariencias, de una sociedad cooperativa para limpiar la escoria de las cloacas sociales en que se han convertido ciertos escenarios domésticos, uno de ellos la ciudad del Katrina. O sea, liquidar, bronsoniamente, a asesinos, violadores, pedófilos y toda esa ralea. Sin embargo, el “encargo” mortal encomendado al profesor, sin él saberlo ni querer en caso alguno cometer la felonía, en realidad es un periodista investigativo quien anda sobre la pista de este grupo que extralimitó su fin original y ya no respeta norma alguna.
Acusan a Gerald; escapa, corre, investiga, salva a su rubia….¿dónde voy a encontrar otra igual, si ya Catherine Deneuve es una anciana, dirá? El docente de Literatura, quien enseña a Shakespeare, es puesto por el libro cinematográfico de Tannen a lo usual de estos thrillers de justicia personal. Ni el oficio del personaje ni la casi media rueda del actor se prestan, pero esto no tiene nada que ver, sabemos. La película no es tan desastrosa como las anteriores de NC porque el director de Trece días la cubre de cierto ritmo, no se le va la mano con la violencia (no imagine nadie una violación corte Gaspar Noé en Irreversible; aquí manda Santa Elipsis y no vemos sufrir a January Jones como Mónica Bellucci en aquel túnel infernal), encadena bien las secuencias y su protagonista está algo menos “cara de muñecón bravo” que siempre. Eso sí, cualquier presunta alusión de significantes sociales queda autoneutralizada por el mismo cariz hitmaniano de la historia. Esto no es Spike Lee ni Herzog, andemos claros.
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