La sobrevalorada Tron Legacy, de 2010, le abrió
el camino al novato Joseph Kosinsky para filmar otro filme de ciencia ficción y
consabido alto coste económico: Oblivion, superproducción de 2013 protagonizada
por un astro de la batería pesada del cine comercial como Tom Cruise. Apuntar
aquí mismo que el actor es el mecenas, productor y artífice principal del
filme. Kosinsky está meramente para conseguir la extraordinaria visualidad del
filme, terreno en el cual este realizador es uno de los modelos actuales de la
pantalla norteamericana, valga consignarlo. Si bien, eso influye en un
largometraje pero no le confiere calidad, per se, como todos sabemos.
Pero el caso es que Tom Cruise no debió filmar
nunca Oblivion, sobre todo por haber intervenido antes en dos películas
punteras del género de la ciencia ficción como La guerra de los mundos y
Minority Report. Sobre esta última aun no se ha escrito bastante de su carácter
premonitorio, de su voluntad de adelantada para su época. Llegar nuevamente al
nicho de ambos filmes demanda un talento que Cruise, sin Steven Spielberg y un
buen guion al lado ahora, no puede por sí solo poseer en un arte tan colectivo
como el cine.
Y es que el hoy día poderosísimo Tom se
autoofrenda la película, al punto que está presente en casi todos los
fotogramas de los más de 120 minutos del metraje, y para ello le encargó un
libreto cinematográfico al propio Kosinsky donde no hay nada para nadie, tanto
que por momentos el espectador anhela que pongan a invernar al personaje un
rato.
El guion de Kosinsky, según su propio comic y coescrito
con otros dos colegas, es lo que antes denominábamos pastiche y hoy patchwork,
o sea un mejunje de referencias, en este caso atosigadas a como de lugar, sin
espacio para abrir canales de originalidad, sino para preocuparse más para que
el crítico o el espectador avezado digan: “Mira, esto es un guiño a 2001, una
odisea espacial o a Moon; aquello otro a Wall.E; el otro a Soy leyenda, THX
1138 o Yo robot, y aquel de allá a Matrix, Alien, Avatar o al Desafío total del
holandés Paul Verhoeven”. Sobre todo a esta última, de la cual Oblivion, como
varios exponentes próximos del género, resulta deudora absoluta, en el aspecto
central del sueño y los recuerdos del futuro o del pasado que atormentan al
comandante Jack Harper, incorporado por el viejo Tom. Por lo tanto, en sentido
general, Oblivion es una película de ciencia ficción que se sostiene sobre la
base de la fagocitación permanente a un cuerpo histórico del género.
Kosinsky desperdicia el prometedor lapso inicial
del filme, así como el desarrollo cabal de ese tema dilecto de la buena ciencia
ficción relacionado con la crisis de identidad del hombre del futuro, el cual
amaga escrutar pero cuanto es vampirizar puerilmente al decálogo de Philip K.
Dick, e incurre luego en la repetición hasta la nausea de lugares comunes del
cine intergaláctico, mediante un desarrollo farragoso, carente de ritmo y
desmedidamente dilatado, si se tiene en cuenta que, al margen de poner a Tom
recorriendo escenarios fabulosos recreados por la mano del realizador y el
fotógrafo chileno Claudio Miranda, aquí no hay sustrato dramático justificador
de tamaña duración.
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